LA VIDA DE ELÍAS
por Arturo W. Pink
ÍNDICE
Introducción
La dramática aparición de Elías
El cielo cerrado
El arroyo de Querit
La prueba de la fe
El arroyo seco
Elías en Sarepta
Los apuros de una viuda
El Señor proveerá
Una Providencia oscura
Las mujeres recibieron sus muertos por resurrección
Frente al peligro
Frente a Acab
El alborotador de Israel
La llamada al Carmelo
El reto de Elías
Oídos que no oyen
La confianza de la fe
La oración eficaz
La respuesta por fuego
El sonido de una grande lluvia
Perseverancia en la oración
La huida
En el desierto
Abatido
Fortalecido
La cueva de Orbe
El silbo apacible y delicado
La restauración de Elías
La viña de Nabot
El pecador descubierto
Un mensaje aterrador
La última misión de Elías
Un instrumento de juicio
La partida de Elías
El carro de fuego
INTRODUCCIÓN
Generación tras generación, los siervos del Señor han buscado la edificación de los creyentes en el estudio del relato del Antiguo Testamento. En estos casos, los comentarios a la vida de Elías han ocupado siempre lugar prominente. Su aparición repentina de la oscuridad más completa, sus intervenciones dramáticas en la historia, nacional de Israel, sus milagros, su partida de la tierra en un carro de fuego, sirven para cautivar el pensamiento tanto del predicador como del escritor. El Nuevo Testamento apoya este interés. Si Jesucristo es el Profeta "como Moisés", también Elías tiene su paralelo en el Nuevo Testamento: Juan, el más grande de los profetas. Y, lo que es todavía más notable, Elías mismo reaparece de forma visible cuando con Moisés, en el monte de "la magnífica gloria", "habla de la contienda que ganó nuestra vida con el Hijo de Dios encarnado". ¡Qué sublime honor fue éste! Moisés y Elías son los nombres que no sólo brillan con pareja grandeza en los capítulos finales del Antiguo Testamento, sino que aparecen también como representantes vivientes de la hueste redimida del Señor —los resucitados y los traspuestos— en el "monte santo", donde conversan de la salida que su Señor y Salvador había de cumplir en el tiempo designado por el Padre.
Es el representante "transpuesto", la segunda de las maravillosas excepciones en el Antiguo Testamento del reino universal de la muerte, cuyo retrato se traza en las páginas que siguen. “Aparece, como la tempestad, desaparece como el torbellino” —dijo el Obispo Hall en el siglo XVII—; "lo primero que oímos de él es un juramento y una amenaza". Sus palabras, como rayos, parecen rasgar el firmamento de Israel. En una ocasión famosa, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob respondió a éstas con fuego sobre el altar del holocausto. A lo largo de la carrera sorprendente de Elías el juicio y la misericordia están entremezclados. Desde el momento en que aparece, "sin padre, sin madre", "como si fuera el hijo de la tierra"', hasta el día, cuando cayó su manto y cruzó el río de la muerte sin gustarla, ejerció un ministerio sólo comparable al de Moisés, su compañero en el monte. "Era", dice el Obispo Hall, "el profeta más eminente reservado para la época más corrupta".
Es conveniente, por lo tanto, que las lecciones que puedan derivarse legítimamente del ministerio de Elías sean presentadas de nuevo a nuestra propia generación. El hecho de que la profecía no tenga edad es un testimonio notable de su origen divino. Los profetas desaparecen, pero sus mensajes iluminan todas las edades posteriores. La historia se repite. La impiedad e idolatría desenfrenadas del reinado de Acab viven todavía en las profanaciones y corrupciones groseras de nuestro siglo XX. La mundanalidad y la infidelidad de una Jezabel, con toda su terrible fealdad, no sólo se han introducido en la escena del día de hoy, sino que han penetrado en nuestros hogares y se han acomodado en nuestra vida pública.
A. W. Pink (1886-1952), autor de la presente vida de Elías, tuvo una amplia experiencia de las condiciones reinantes en el mundo de habla inglesa. Antes de fijar su residencia en la Gran Bretaña, alrededor del año mil novecientos treinta, había ejercido su ministerio en Australia y en los Estados Unidos de América. Después se dedicó a la exposición bíblica, especialmente por medio de la revista que fundó. Su estudio de Elías es particularmente apropiado a las necesidades de la hora presente. Nos toca vivir días en los que el alejamiento de los antiguos hitos del pueblo del Señor es vasto y profundo. Las verdades que eran preciosas a nuestros antepasados ahora son pisoteadas como fango de la calle. Muchos, ciertamente, pretenden predicar y promulgar otra vez la verdad con nuevo atavío, pero éste ha resultado ser la mortaja de la misma en vez de las "vestiduras hermosas" que los profetas conocían.
A. W. Pink se sintió llamado claramente a la obra de combatir la impiedad reinante con la vara del furor de Dios. Con este objeto acometió la exposición del ministerio de Elías, aplicándolo a la situación contemporánea. Tiene un mensaje para su propia nación, y también para el pueblo de Dios. Nos muestra que el reto antiguo: "¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?" no es una mera pregunta retórica. ¿Dónde?, ciertamente. ¿Hemos perdido nuestra fe en Él? La oración ferviente y eficaz, ¿no tiene lugar en nuestros corazones? ¿No podemos aprender de la vida de un hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros? Si poseemos la sabiduría que viene de lo alto diremos con Josías Conder:
"Nuestro corazón, Señor, con esta gracia inspira:
Responde a nuestro sacrificio con el juego,
Y declara por tus obras poderosas
Que eres Tú el Dios que escucha el ruego."
Si tal es nuestro anhelo, la vida de Elías aventará la sagrada llama. Si carecemos del tal, que el Señor use esta obra para traer convicción a nuestros espíritus indolentes, y para convencernos de que la prueba del Carmelo es todavía absolutamente válida: "El Dios que respondiere por fuego, ése sea Dios".
S. M. HOUGHTON.
Enero, 1963.
LA DRAMÁTICA APARICIÓN DE ELIAS
Elías apareció en la escena de la acción pública durante una de las horas mis oscuras de la triste historia de Israel. Se nos presenta al principio de I Reyes 17, y no tenemos que hacer más que leer los capítulos precedentes para descubrir el estado deplorable en que se hallaba entonces el pueblo de Dios. Israel se había apartado flagrante y dolorosamente de Jehová, y aquello que más se le oponía estaba establecido de modo público. Nunca había caldo tan bajo la nación favorecida. Habían pasado cincuenta y ocho años desde que el reino fue partido en dos, a la muerte de Salomón. Durante ese breve periodo, nada menos que siete reyes reinaron sobre las diez tribus, y todos ellos, sin excepción, eran hombres malvados. Es en verdad doloroso trazar sus tristes carreras, y aun más trágico ver cómo ha habido una repetición de las mismas en la historia de la Cristiandad.
El primero de esos siete reyes era Jeroboam. Acerca de él leemos que hizo, dos becerros de oro, y dijo al pueblo: "Harto habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, que te hicieron subir de la tierra de Egipto. Y puso el uno en Betel, y el otro puso en Dan. Y esto fue ocasión de pecado; porque el pueblo iba a adorar delante del uno, hasta Dan. Hizo también casa de altos, e hizo sacerdotes de la clase del pueblo, que no eran de los hijos de Levé. Entonces instituyó Jeroboam solemnidad en el mes octavo, a los quince del mes, conforme a la solemnidad que se celebraba en Judá; y sacrificó sobre el altar. Así hizo en Betel, sacrificando a los becerros que había hecho. Ordenó también en Betel sacerdotes de los altos que él había fabricado» (I Reyes 12:28-32). Quede debidamente claro que la apostasía comenzó con la corrupción del sacerdocio, ¡al instalar en el servicio divino hombres que nunca habían sido llamados y aparejados por el Señor!
Del siguiente rey, Nadab, se dice que "hizo lo malo ante los ojos de Jehová, andando en el camino de su padre, y en sus pecados con que hizo pecar a Israel» (I Reyes 15:26). Le sucedió en el trono el mismo hombre que le había asesinado, Baasa (I Reyes 15:27). Siguió después Ela, un borracho, quien a su vez fue asesinado (I Reyes 16:8-10). Su sucesor, Zimri, fue culpable de “traición" (I Reyes 16:20). Le sucedió un aventurero militar llamado Omri, del cual se nos dice que "¿hizo lo malo a los ojos de Jehová, e hizo peor que todos los que habían sido antes de él, pues anduvo en todos los caminos de Jeroboam hijo de Nabat, y en su pecado con que hizo pecar a Israel, provocando a ira a Jehová Dios de Israel con sus ídolo? (I Reyes 16:25,26). El ciclo maligno fue completado con el hijo de Omri, ya que era aun más vil que todos los que le habían precedido.
"Y Acab hijo de Omri hizo lo malo a los ojos de Jehová sobre todos los que fueron antes de él; porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel hija de Etbaal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró» (I Reyes 16:30,31). Esta unión de Acab con una princesa pagana trajo consigo, como bien podía esperarse (pues no podemos pisotear la ley de Dios impunemente), las más terribles consecuencias. Toda traza de adoración pura a Jehová desapareció en breve espacio de tiempo y, en su lugar, la más .rosera idolatría apareció en forma desenfrenada. Se adoraban los becerros de oro en Dan y en Betel, se edificó un templo a Baal en Samaria, los “bosques” de Baal se multiplicaron, y sus sacerdotes se hicieron cargo por completo de la vida religiosa de Israel.
Se declaraba llanamente que Baal vivía y que Jehová había cesado de existir. Cuán vergonzoso era el estado de cosas se ve claramente en las palabras que siguen: “Hizo también Acab un bosque; y añadió Acab haciendo provocar a ira a Jehová Dios de Israel, más que todos los reyes de Israel que antes de él habían sido» (I Reyes 16:33). El desprecio a Jehová Dios, y la impiedad más descarada habían alcanzado su punto culminante. Esto se hace más evidente aun en el v. 34. "En su tiempo Hiel de Betel reedificó a Jericó». Ello era una afrenta tremenda, pues estaba escrito que «Josué les juramentó diciendo: Maldito delante de Jehová el hombre que se levantare y reedificare esta ciudad de Jeric6. En su primogénito eche sus cimientos, y en su menor asiente sus puertas" (Josué 6:26). La reedificación de la maldita Jericó era un desafío abierto a Dios.
En medio de esta oscuridad espiritual y degradación moral, apareció en la escena de la vida pública con repentino dramatismo un testigo de Dios, solitario pero sorprendente. Un comentarista eminente comienza sus observaciones sobre I Reyes 17 diciendo: "El profeta más ilustre, Elías, fue levantado durante el reinado del más impío de los reyes de Israel”. Este es un resumen, sucinto pero exacto, de la situación en Israel durante ese tiempo; y no sólo eso, sino que procura la clave de todo lo que sigue. Es, en verdad, triste contemplar las terribles condiciones prevalecientes. Toda luz había sido extinguida, toda voz de testimonio divino había sido acallada. La muerte espiritual se extendía por doquier, y parecía como si Satanás hubiera obtenido realmente el dominio de la situación.
«Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra» (I Reyes 17:1). Dios, con mano firme, levantó para sí un testigo poderoso. Elías aparece ante nuestros ojos de la manera más abrupta. Nada se nos dice de quiénes eran su padres, o de cuál fue su vida anterior. Ni siquiera sabemos a que tribu pertenecía, aunque el hecho de que fuera «de los moradores de Galaad” parece indicar que pertenecía a Gad o a Manasés, toda vez que Galaad estaba dividido entre las dos. «Galaad se extendía al este del Jordán; era silvestre y despoblado; sus colinas cubiertas de bosques frondosos; su formidable soledad era sólo turbada por la incursión de los arroyos; sus valles eran guarida de bestias salvajes».
Como hemos observado con anterioridad, Elías se nos presenta de modo extraño en la narración divina, sin que se nos diga nada de su linaje ni de su vida pasada. Creemos que hay una razón típica por la cual el Espíritu no hace referencia alguna a la ascendencia de Elías. Como Melquisedec, el principio y el final de su historia están ocultos en sagrado misterio. Así como, en el caso de Melquisedec, la ausencia de mención alguna acerca de su nacimiento y muerte fue determinada divinamente para simbolizar el sacerdocio y la realeza eternos de Cristo, así también el hecho de que no conozcamos nada acerca del padre y de la madre de Elías, y el hecho ulterior de que fuera transpuesto sobrenaturalmente de este mundo sin pasar por los portales de la muerte, le señalan como el precursor simbólico del Profeta eterno. De ahí que la omisión de tales detalles esbocen la eternidad de la función profética de Cristo.
El que se nos diga que Elías "era de los moradores de Galaad» está registrado, sin duda, para arrojar luz sobre su preparación natural, que siempre ejerce una influencia poderosa en la formación del carácter. Los habitantes de aquellas colinas reflejaban la naturaleza de su medio ambiente: eran bruscos y toscos, graves y austeros, habitaban en aldeas rústicas, y subsistían de sus rebaños. Como hombre curtido por la vida al aire libre, siempre envuelto en su capa de pelo de camello, acostumbrado a pasar la mayor parte de su vida en la soledad, y dotado de una resistencia que le permitía soportar grandes esfuerzos físicos, Elías debla ofrecer un marcado contraste con los habitantes de las ciudades de los valles, y de modo especial con los cortesanos de vida regalada de palacio.
No tenemos manera de saber qué edad contaba Elías cuando el Señor le concedió por primera vez una revelación personal y salvadora de Sí mismo, ya que no poseemos noticias de su previa formación religiosa. Pero, en un capitulo posterior, hay una frase que permite formarnos una idea definida de la índole espiritual de este hombre: «Sentido he un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos» (I Reyes 19:10). Esas palabras no pueden tener otro significado sino que se tomaba la gloria de Dios muy en serio, y que para él la honra de Su nombre significaba más que todas las demás cosas. En consecuencia, a medida que iba conociendo mejor el terrible carácter y el alcance de la apostasía de Israel, debió de sentirse profundamente afligido y lleno de indignación santa.
No hay razón para que dudemos de que Elías conocía las Escrituras perfectamente, de modo especial los primeros libros del Antiguo Testamento. Sabiendo cuánto habla hecho el Señor por Israel, y los señalados favores que les había conferido, debía anhelar con profundo deseo que le agradaran y glorificaran. Pero cuando se enteró de que la realidad era muy otra al llegar hasta él noticias de lo que estaba pasando al otro lado del Jordán, al ser informado de cómo Jezabel había destruido los altares de Dios, y matado a sus siervos sustituyéndolos luego por sacerdotes idólatras del paganismo, el alma debió llenársele de horror, y su sangre debió hervir de indignación, ya que sentía «un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos». ¡Ojalá nos llenara a nosotros en la actualidad tal indignación justa!
Es probable que la pregunta que agitaba a Elías fuera: ¿Cómo debo obrar? ¿Qué podía hacer él, un hijo del desierto, rudo e inculto? Cuanto más lo meditaba, más difícil debía parecerle la situación; Satanás, sin duda, le susurraba al oído: «No puedes hacer nada, la situación es desesperada». Pero había una cosa que podía hacer: orar, el recurso de todas las almas probadas profundamente. Y así lo hizo; como se nos dice en Santiago 5:17: «rogó con oración». Oró porque estaba seguro de que el Señor vive y lo gobierna todo. Oró porque se daba cuenta de que Dios es todopoderoso y que para Él todas las cosas son posibles. Oró porque sentía su propia debilidad e insuficiencia, y, por lo tanto, se allegó a Aquel que está vestido de poder y que es infinito y suficiente en si mismo.
Pero, para ser eficaz, la oración debe basarse en la Palabra de Dios, ya que sin fe es imposible agradarle, y 1a fe es por el oír; y el oír por la Palabra de Dios» (Romanos 10:17). Hay un pasaje en particular en los primeros libros de la Escritura que parece haber estado fijo en la atención de Elías: "Guardaos, pues, que vuestro corazón no se infatúe, y os apartéis y sirváis a dioses ajenos, y os inclinéis a ellos; y así se encienda el furor de Jehová sobre vosotros, y cierre los cielos, y no haya lluvia, ni la tierra dé su fruto» (Deuteronomio 11:16, 17). Este era exactamente el crimen del cual Israel era culpable: se habla apartado y servía a dioses falsos. Supongamos, pues, que este juicio divinamente pronunciado no fuera ejecutado, ¿no parecería, en verdad, que Jehová era un mito, una tradición muerta? Y Elías era "muy celoso por Jehová Dios de los ejércitos", y por ello se nos dice que "rogó con oración que no lloviese» (Santiago 5:17). De ahí aprendemos una vez más lo que es la verdadera oración: es la fe que se acoge a la Palabra de Dios, y suplica ante ti diciendo: "Haz conforme a lo que has dicho" (II Samuel 7:25).
"Rogó con oración que no lloviese". ¿Hay alguien que exclame: "Qué oración más terrible"? Si es así, preguntamos nosotros: ¿No era mucho más terrible que los favorecidos descendientes de Abraham, Isaac y Jacob despreciaran a Dios y se apartaran de Él, insultándole descaradamente al adorar a Baal? ¿Desearía que el Dios tres veces santo cerrara los ojos ante tales excesos? ¿Pueden pisotearse sus leyes impunemente? ¿Dejará el Señor de imponer el justo castigo? ¿Qué concepto del carácter divino se formarían los hombres si Dios luciera caso omiso de las provocaciones? Las Escrituras contestan que "porque no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos lleno para hacer mal.” (Eclesiastés 8:11). Y no sólo eso, sino que Dios declaró: “Estas cosas hiciste, y Yo he callado; pensabas que de cierto sería Yo como tú; Yo te argüiré, y pondrélas delante de tus ojos" (Salmo 50:21).
¡Ah, amigo lector! hay algo muchísimo más temible que las calamidades físicas y el sufrimiento: la delincuencia moral y la apostasía espiritual. Pero, ¡ay!, se comprende tan poco esto hoy en día. ¿Qué son los crímenes cometidos contra el hombre en comparación con los pecados arrogantes contra Dios? Asimismo, ¿qué son los reveses nacionales comparados con la perdida del favor divino? La verdad es que Elías tenía una escala de valores verdadera; sentía "un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos", y por lo tanto rogó que no lloviese. Las enfermedades desesperadas requieren medidas drásticas, Y, al orar, Elías recibió la certeza de que su petición era concedida, y, que tenía que ir a comunicárselo a Acab. Cualesquiera que fueran los peligros personales a los que el profeta pudiera exponerse, tanto el rey como sus súbditos debían conocer la relación directa existente entre la terrible sequía que se avecinaba y los pecados que la habían ocasionado.
La tarea de Elías no era pequeña y requería muchísimo más que valentía común. Que un montañés inculto se presentara sin ser invitado ante un rey que desafiaba los cielos era suficiente para asustar al más valiente; mucho más cuando su cónyuge pagana no dudaba en matar a cualquiera que se opusiera a su voluntad, y que, de hecho, ya habla mandado ejecutar a muchos siervos de Dios. Siendo así, ¿qué probabilidad había de que ese galaadita solitario escapase con vida? "Mas el justo esta confiado, como un leoncillo" (Proverbios 28:1); a los que están a bien con Dios no les desaniman las dificultades m les arredran los peligros. “No temeré de diez millares de pueblos, que pusieren cerco contra mí" (Salmo 3:6); "Aunque se asiente campo contra mí, no temeré mi corazón" (Salmo 27:3); tal es la bendita serenidad de aquellos cuyas conciencias están limpias de delitos, y cuya confianza descansa en el Dios viviente.
El momento de llevar a cabo la dura tarea habla llegado, y Elías dejó su casa en Galaad para llevar a Acab el mensaje de juicio. Imaginadle en su largo y solitario viaje. ¿Cuáles eran sus pensamientos? ¿Se acordaría de la semejante misión encargada a Moisés cuando fue enviado por el Señor a pronunciar su ultimátum al soberbio monarca de Egipto? El mensaje que él llevaba no iba a agradarle más al rey degenerado de Israel. No obstante, tampoco tal recuerdo había de disuadirle o intimidarle, sino que el pensar en la secuela había de fortalecer su fe. Dios, el Señor, no abandonó a su siervo Moisés, sino que extendió Su brazo poderoso en su ayuda, y le concedió un completo éxito en su misión. Las maravillosas obras de Dios en el pasado deberían alentar siempre a sus siervos en el presente.
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EL CIELO CERRADO
"Vendrá el enemigo como río, mas el espíritu de Jehová levantará bandera contra él» (Isaías 59:19). ¿Qué significa que el peligro vendrá "como río»? La figura aquí usada es gráfica y expresiva: es la de una inundación anormal que produce la anegación de la tierra, la puesta en peligro de la propiedad y la vida misma; una inundación que amenaza llevárselo todo consigo. Ésta es una figura apta para describir la experiencia moral del mundo en general, y de secciones especialmente favorecidas en particular, en diferentes períodos de la historia. Repetidas veces la inundación del mal se ha desbordado alcanzando dimensiones tan alarmantes que ha parecido como si Satanás fuera a tener éxito en sus esfuerzos por derrumbar toda cosa santa que encontrara a su paso; cuando ha parecido que la causa divina en la tierra estaba en peligro inmediato de ser* arrastrada completamente por la inundación de idolatría, impiedad e iniquidad.
"Vendrá el enemigo como río». Sólo tenemos que mirar el contexto para descubrir lo que quiere decir tal lenguaje. "Esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad. Palpamos la pared como ciegos, y andamos a tiento como sin ojos... Porque nuestras rebeliones se han multiplicado delante de ti, y nuestros pecados han atestiguado contra nosotros... El prevaricar y mentir contra Jehová, y tornar de en pos de nuestro Dios; el hablar calumnia y rebelión, concebir y proferir de corazón palabras de mentira. Y el derecho se retiró, y la justicia se puso lejos; porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir. Y la verdad fue detenida; y el que se apartó del mal, fue puesto en presa» (Isaías 59:9 45). No obstante, cuando el diablo ha inundado de errores mentirosos, y el desorden ha llegado a predominar, el Espíritu de Dios interviene y desbarata los propósitos de Satanás.
Los versículos solemnes que hemos leído más arriba describen fielmente las terribles condiciones que privaban en Israel bajo el reinado de Acab y su cónyuge pagana Jezabel. A causa de sus múltiples transgresiones, Dios había entregado el pueblo a la ceguera y las tinieblas, y un espíritu de falsedad y locura poseía sus corazones. Por lo tanto, la verdad había tropezado en la plaza, pisoteada cruelmente por las masas. La idolatría se había convertido en la religión del estado; la adoración a Baal estaba a la orden del día: la impiedad se había desenfrenado por todas partes. Ciertamente, el enemigo había venido como río, y parecía que no quedaba barrera alguna que pudiera oponerse a sus efectos devastadores. Fue entonces cuando el Espíritu del Señor levantó bandera contra él, haciendo pública demostración de que el Dios de Israel estaba grandemente enojado contra los pecados del pueblo, e iba a visitar sus iniquidades sobre ellos. Esa bandera celestial y solitaria fue levantada por mano de Elías.
Dios nunca se dejó a si mismo sin testimonio en la tierra. En las épocas más oscuras de la historia humana el Señor ha levantado y mantenido un testimonio para sí. Ni la persecución ni la corrupción han podido destruirlo enteramente. En los días antediluvianos, cuando la tierra estaba llena de violencia y toda carne habla corrompido sus caminos, Jehová tenía un Enoc y un Noé para actuar como sus portavoces. Cuando los hebreos fueron reducidos a una esclavitud abyecta en Egipto, el Altísimo envió a Moisés y Aarón como embajadores suyos; y en cada período subsiguiente de su historia les fue enviando un profeta tras otro. Así ha sido también durante el curso de la historia de la Cristiandad: en los días de Nerán, en tiempos de Carlomagno, e incluso en tiempos del oscurantismo a pesar de la oposición incesante del papado la lámpara de la verdad nunca se ha extinguido. Asimismo, en este texto de I Reyes 17 contemplamos de nuevo la fidelidad inmutable de Dios a su pacto al sacar a escena a uno que era celoso de Su gloria y que no temía el denunciar a Sus enemigos.
Después de habernos detenido a considerar el significado de la misión particular que Elías ejerció, y de haber contemplado su misteriosa personalidad, pensemos ahora en el significado de su nombre. Es por demás sorprendente y revelador, ya que Elías puede traducirse por «mi Dios es Jehová», o «Jehová es mi Dios». La nación apóstata había adoptado a Baal como su deidad, pero el nombre de nuestro profeta proclamaba al Dios verdadero de Israel. Podernos llegar a la conclusión segura, por la analogía de las Escrituras, que fueron sus padres quienes le pusieron este nombre, probablemente bajo un impulso profético o como consecuencia de una comunicación divina. Los que están familiarizados con la Palabra de Dios, no considerarán ésta una idea caprichosa. Lamec llamó a su hijo Noé, "diciendo: Éste nos aliviará (o será un descanso para nosotros) de nuestras obras» (Génesis 5:29) Noé significa «descanso» o «consuelo». José dio a sus hijos nombres expresivos de las diferentes provisiones de Dios (Génesis 41:51,52). El nombre que Ana dio a su hijo (I Samuel 1:20), y el que la mujer de Finees dio al suyo (I Samuel 4:19 22), son otras tantas ilustraciones.
Observemos cómo el mismo principio se aplica también con referencia a muchos de los lugares que se mencionan en la Escritura: Babel (Génesis 11:9), Beerseba (Génesis 21:31), Masah y Meriba (Éxodo 17:7), y Cabul (I Reyes 9:13), son ejemplos característicos; nadie por cierto que desee entender los escritos sagrados puede permitirse el no prestar atención especial a los nombres propios. La importancia de ello se confirma en el ejemplo de nuestro Señor ' cuando mandó al ciego lavarse en el estanque de Siloé, al añadirse inmediatamente: «(que significa, si lo interpretares, Enviado)" (Juan 9:7). También, cuando Mateo describía el mandato del ángel a José de que el Salvador había de llamarse Jesús, el Espíritu le llevó a añadir: "Todo esto aconteció para que se cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el profeta que dijo. He aquí la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que declarado, es: Con nosotros Díos» (1:22-23). Véanse también las palabras "que interpretado es», en Hechos 4-36; Hebreos 7.1, 2.
Vemos, pues, que el ejemplo de los apóstoles nos autoriza a extraer enseñanzas de los nombres propios (ya que, si no todos, muchos de ellos encierran verdades importantes); ello debe hacerse modestamente y según la analogía de la Escritura, y no con dogmatismo o con el propósito de establecer una nueva doctrina. Fácilmente se echa de ver con cuanta exactitud el nombre de Elías correspondía a la misi6n y el mensaje del profeta; y ¡cuánto estímulo debía proporcionarle la meditación del mismo! También podemos relacionar con su nombre sorprendente el hecho de que el Espíritu Santo designara a Elías «tisbita», que significativamente denota el que es extranjero. Y debemos anotar, también, el detalle adicional de que fuera "de los moradores de Galaad", que significa rocoso debido a la naturaleza montañosa de aquella tierra. En la llora crítica, Dios siempre levanta y usa tales hombres: los que están dedicados completamente a Él, separados del mal religioso de su tiempo, que moran en las alturas; hombres que en medio de la decadencia más espantosa mantienen en sus corazones el testimonio de Dios.
«Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra» (I Reyes 17:1). Este suceso memorable ocurrió unos ochocientos sesenta años antes de Cristo. Pocos hechos en la historia sagrada pueden compararse a éste en dramatismo repentino, audacia extrema, y en la sorprendente naturaleza del mismo. Un hombre sencillo, solo, vestido con humilde atavió, apareció sin ser anunciado ante el rey ap6stata de Israel como mensajero de Jehová y heraldo de juicio terrible. Nadie en la corte debía saber demasiado de él, si acaso alguno le conocía, ya que acababa de surgir de la oscuridad de Galaad para comparecer ante Acab con las llaves del cielo en sus manos. Tales son, a menudo, los testigos de su verdad que Dios usa. Aparecen y desaparecen a su mandato; y no proceden de las filas de los influyentes o los instruidos. No son producto del sistema de este mundo, ni pone éste laurel en sus cabezas.
"Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra.» La frase "Vive Jehová Dios de Israel», encierra mucho más de lo que pueda parecer a primera vista. Nótese que no es simplemente "Vive Jehová Dios», sino «Jehová Dios de Israel", que ha de diferenciarse del término más amplio "Jehová de los ejércitos». Hay ahí, por lo menos, tres significados. Primero, "Jehová Dios de Israel" hace énfasis especial en su relación particular con la nación favorecida: Jehová era su Rey, su Gobernante, Aquel al cual habían de dar cuentas, con el que tenían un pacto solemne. Segundo, se informaba a Acab que Dios vive. Este gran hecho, evidentemente, había sido puesto en entredicho. Durante el reinado de un rey tras otro, Israel había escarnecido y desafiado a Jehová sin que se hubieran producido consecuencias terribles; por ello, llegó a prevalecer la idea falsa de que el Señor no existía en realidad. Tercero, la afirmación "Vive Jehová Dios de Israel», mostraba el notable contraste que existía con los ídolos sin vida, cuya impotencia iba a hacerse patente, incapaces de defender de la ira de Dios a sus engañados adoradores.
Aunque Dios, por sus propias y sabias razones, «soportó con mucha mansedumbre los vasos de ira preparados para muerte» (Romanos 9:22), no obstante da pruebas suficientes y claras, a través del curso de la historia humana, de que Él es aún ahora el gobernador de los impíos y el vengador del pecado. A Israel le fue dada tal prueba entonces. A pesar de la paz y la prosperidad de que había disfrutado el reino por largo tiempo, el Señor estaba airado en gran manera por la forma grosera en que había sido insultado públicamente, y había llegado la hora de que Dios castigara severamente a su pueblo descarriado. En consecuencia, envió a Elías a anunciar a Acab la naturaleza y duración del azote. Nótese debidamente que el profeta fue con su terrible mensaje, no al pueblo, sino al mismo rey, la cabeza responsable, el que tenía en su mano el poder de rectificar lo que estaba mal, proscribiendo los ídolos de sus dominios.
Elías fue llamado a comunicar el mensaje más desagradable al hombre más poderoso de todo Israel; pero, consciente de que Dios estaba con él, no titubeó en su tarea. Enfrentándose súbitamente a Acab, Elías le hizo ver de manera clara que el hombre que tenía delante no le temía, por más que fuera el rey. Sus primeras palabras hicieron saber al degenerado monarca de Israel que tenla que vérselas con el Dios viviente. «Vive Jehová Dios de Israel», era una afirmación franca de la fe del profeta, y al mismo tiempo dirigía la atención de Acab hacia Aquel a quien había abandonado. «Delante del cual estoy» (es decir, del cual soy siervo; véase Deuteronomio 10:8; Lucas 1:19), en cuyo nombre vengo a ti, en cuya veracidad y poder incuestionable confío, de cuya presencia inefable soy consciente, y al cual he orado y me ha respondido.
«No ' habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra». ¡Qué perspectiva más aterradora! De la expresión «lluvia temprana y tardía» inferimos que, normalmente, Palestina experimentaba una estación seca de varios meses de duración; pero, aunque no cala lluvia, de noche descendía abundante rocío que refrescaba grandemente la vegetación. Pero que no cayera rocío ni lluvia, y por un período de años, era en verdad un juicio terrible. Esa tierra tan fértil y rica que mereció ser designada como "tierra que fluye leche y miel", se convertirla rápidamente en aridez y sequedad, acarreando hambre, pestilencia y muerte. Y cuando Dios retiene la lluvia, nadie puede crearla. « ¿Hay entre las vanidades (falsos dioses) de las gentes quien haga llover?» (Jeremías 14:22). ¡Cómo revela esto la completa impotencia de los ídolos, y la locura de los que les rinden homenaje!
La severa prueba con la que Elías se enfrentaba al comparecer ante Acab y pronunciar tal mensaje requería una fuerza moral poco común. Esta verdad se hace más evidente si prestamos atención a un detalle que parece haber escapado a los comentaristas y que sólo es evidente por medio de la comparación cuidadosa de las diversas partes de las Escrituras. Elías dijo al rey: «No habrá lluvia ni rocío en estos años», mientras que en I Reyes 18:1, la secuela de ello es que «pasados muchos días, fue palabra de Jehová a Elías en el tercer a1o, diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y yo daré lluvia sobre la haz de la tierra». Por otra parte, Cristo declaró que "muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, que hubo una grande hambre en toda la tierra» (Lucas 4:25). ¿Cómo podemos dar cuenta de esos seis meses? De la forma siguiente: cuando Elías visitó a Acab ya hacia seis meses que la sequía había comenzado; podemos imaginarnos perfectamente la furia del rey al anunciársele que la terrible plaga había de durar tres años más.
Si la desagradable tarea que Elías tenla ante sí requería resolución y valentía sin igual; y bien podemos preguntar: ¿Cuál era el secreto de su gran coraje, y cómo podemos explicarnos su fortaleza? Algunos rabíes judíos han mantenido que era un ángel, pero esto no es posible porque en el Nuevo Testamento se nos dice claramente que "Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros» (Santiago 5:17). Sí, era sólo «un hombre»; sin embargo, no tembló en presencia de un monarca. Aunque hombre, tenía poder para cerrar las ventanas del cielo y secar los arroyos de la tierra. Pero la pregunta surge de nuevo ante nosotros: ¿Cómo explicar la plena certidumbre con que predijo la prolongada sequía, y su confianza en que todo seria según su palabra? ¿Cómo fue que alguien tan débil en si mismo vino a ser poderoso en Dios para la destrucción de fortalezas?
Puede haber tres razones del secreto del poder de Elías. Primera, la oración. "Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros, y rogó con oración que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses" (Santiago 5:17). Obsérvese que el profeta no comenzó sus fervientes súplicas después de comparecer ante Acab, sino ¡seis meses antes! Ahí está la explicación de su certidumbre y resolución ante el rey. La oración en privado era el manantial de su poder en público podía mantenerse con audacia en la presencia del monarca impío porque se habla arrodillado humildemente ante Dios. Pero obsérvese también que el profeta "rogó con oración» (fervientemente); la suya no era una devoción formal y carente de espíritu que nada conseguía, sino de todo corazón, ferviente y eficaz.
Segunda, su conocimiento de Dios. Ello se adivina claramente en sus palabras a Acab: "Vive Jehová Dios de Israel". Para él, Jehová era una realidad viva. El abierto reconocimiento de Dios habla desaparecido en todas partes: por lo que se refiere a las apariencias externas, no habla un alma en Israel que creyese en su existencia. Pero ni la opinión pública ni la práctica general podían influir en el ánimo de Elías. No podía ser de otro modo, cuando en su propio pecho tenía la experiencia que le permitía decir con Job: "Yo sé que mi redentor vive». La infidelidad y el ateísmo de los demás no pueden hacer vacilar la fe del que ha comprendido por sí mismo a Dios. Ello explica el valor de Elías, como en una ocasión posterior explicó la fidelidad insobornable de Daniel y sus tres compañeros hebreos. El que conoce de verdad a Dios se esforzará, (Daniel 11:32), y no temerá al hombre.
Tercera, su conocimiento de la presencia divina. "Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy». Elías no sólo estaba seguro de la realidad de la existencia de Jehová, sino que también era consciente de estar en su presencia. El profeta sabía que, aunque aparecía ante la persona de Acab, estaba en la presencia de Uno infinitamente mayor que todos los monarcas de la tierra; Aquel delante del cual aun los más ilustres ángeles se inclinan en adoraci6n. El mismo Gabriel no podía hacer una confesión más grande (Lucas 1:19). ¡Ah, lector!; tal certeza bendita nos eleva por encima de todo temor. Si el Todopoderoso estaba con él, ¿cómo podía el profeta temer ante un gusano de la tierra? "Vive el Señor Dios de Israel, delante del cual estoy» revela claramente el fundamento sobre el que su alma reposaba mientras llevaba a cabo su desagradable tarea.
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EL ARROYO DE QUERIT
«Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros, y rogó con oración que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses» (Santiago 5:17). Aquí se nos presenta a Elías como ejemplo de lo que la sincera oración del «justo» puede conseguir (v. 16). Nota, querido lector, el adjetivo calificativo, porque no todos los hombres, ni siquiera todos los cristianos, reciben contestación definida a sus oraciones. Ni muchísimo menos. El «justo» es el que está bien con Dios de una manera práctica; cuya conducta es agradable a sus ojos; que guarda sus vestiduras sin mancha de este mundo; que está apartado del mal religioso, porque no hay en la tierra mal que tanto deshonre (véase Lucas 10:12 15; Apocalipsis 11:8). Los oídos del cielo están atentos a la voz del tal, por qué no hay barrera alguna entre su alma y el Dios que odia el pecado. «Y cualquier cosa que pidiéremos, la recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él» (I Juan 3:22).
«Rogó con oración que no lloviese». ¡Qué petición más terrible para presentar delante de la Majestad en las alturas! ¡Qué de privaciones y sufrimiento incalculable iba a producir la concesión de semejante suplica! La hermosa tierra de Palestina se convertiría en un desierto abrasado y estéril, y sus habitantes serían consumidos por una prolongada carestía con todos los horrores consiguientes. Así pues, ¿era este profeta estoico, frío e insensible, vacío de todo afecto natural? ¡No, por cierto! El Espíritu Santo ha cuidado de decirnos en este mismo versículo que era "hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros», y esto se menciona inmediatamente antes del relato de su tremenda petición. Y, ¿qué significa esa descripción en tal contexto? Que, aunque Elías estaba adornado de tierna sensibilidad y cálida consideración para con sus semejantes, en sus oraciones se elevaba por encima de todo sentimentalismo carnal.
¿Por qué rogó Elías «que no lloviese»? No es que fuera insensible al sufrimiento humano, ni que se deleitara malvadamente presenciando la miseria de sus vecinos, sino que puso la gloria de Dios por encima de todo lo demás, incluso de sus sentimientos naturales. Recordad lo que en un capitulo previo se dice de la condición espiritual reinante en Israel. No solamente no habla reconocimiento público alguno de Dios en toda la extensión del país, sino que por todas partes los adoradores de Baal le desafiaban e insultaban. La marea maligna subía más y más cada día hasta arrastrarlo prácticamente todo. Y Elías «sentía un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos» (I Reyes 19:10), y deseaba ver Su gran nombre vindicado, y Su pueblo apóstata restaurado. Así pues, la gloria de Dios y el amor verdadero a Israel fue lo que le movió a presentar su petición.
Aquí tenemos, pues, la señal prominente del «justo» cuyas oraciones prevalecen ante Dios: aunque de tierna sensibilidad, pone la honra de Dios antes que cualquier otra consideración. Y Dios ha prometido: «Honraré a los que me honran» (I Samuel 2:30). Cuán a menudo se puede decir de nosotros: «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites (Santiago 4:3). "Pedimos mal» cuando los sentimientos naturales nos dominan, cuando nos mueven motivos carnales, cuando nos inspiran consideraciones egoístas. Pero, ¡qué diferente era el caso de Elías! A él le movían profundamente las indignidades terribles contra su Señor, y suspiraba por verle de nuevo en el lugar que le correspondía en Israel. "Y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses». El profeta no fracasó en su objetivo. Dios nunca se niega a actuar cuando la fe se dirige a P, 1 sobre la base de Su propia gloria; y era sobre esta base que Elías suplicaba.
«Lleguémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16). Fue allí, en ese bendito trono, que Elías obtuvo la fortaleza que tan penosamente necesitaba. No sólo se requería de él que guardase sus vestiduras sin mancha de este mundo, sino que era llamado a ejercer una influencia santa sobre otros, a actuar para Dios en una era degenerada, a esforzarse seriamente por llevar al pueblo de nuevo al Dios de sus padres. Cuán esencial era, pues, que habitase al abrigo del Altísimo para obtener de él la gracia que le capacitara para su difícil y peligrosa tarea; sólo así podía ser librado del mal, y sólo así podía esperar ser un instrumento en la liberación de otros. Equipado de este modo para la lucha, emprendió la senda de servicio lleno de poder divino.
Consciente de la aprobación del Señor, seguro de la respuesta a su petición, sintiendo que la presencia del Todopoderoso estaba con él, Elías se enfrentó intrépidamente al impío Acab, y le anunció el juicio divino sobre su reino. Pero, detengámonos por un momento para que nuestras mentes puedan comprender la importancia de este hecho, ya que explica el coraje sobrehumano desplegado por los siervos de Dios en todas las épocas. ¿Qué fue lo que hizo a Moisés tan audaz ante Faraón? ¿Qué fue lo que capacitó al joven David para ir al encuentro del poderoso Goliath? ¿Qué fue lo que dio a Pablo tanto poder para testificar como lo hizo ante Agripa? ¿De dónde sacó Lutero la resolución para seguir su cometido «aunque cada teja de cada tejado fuera un demonio?" La contestación es la misma en todos los casos: la fortaleza sobrenatural provenía de un manantial sobrenatural; sólo así podemos ser vigorizados para luchar contra los principados y las potestades del mal.
"Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los mancebos se fatigan y se cansan, los mozos flaquean y caen; mas los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán las alas como águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán» (Isaías 40:29¬31). Pero, ¿dónde había aprendido Elías esta importantísima lección? No era en un seminario, ni en una escuela bíblica, por que si hubiera habido alguno de éstos en aquellos tiempos, estaría, como algunos en nuestra propia era degenerada, en manos de los enemigos del Señor. Por otra parte, las escuelas de ortodoxia no pueden impartir tales secretos; ni siquiera los hombres piadosos pueden enseñarse a si mismos esta lección, y mucho menos impartirla a otros. Amigo lector, así como fue "detrás del desierto» (Éxodo 3:1) donde el Señor se apareció a Moisés y le encargó la obra que había de realizar, fue en las soledades de Galaad donde Elías tuvo comunión con Jehová, quien le entrenó para sus arduas tareas; allí "esperó" al Señor, y allí obtuvo "fortaleza» para su trabajo.
Nadie sino Dios viviente puede decir eficazmente a su siervo: "No temas, que yo soy contigo; no desmayes, que yo soy, tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia» (Isaías 41:10). Con esta conciencia de la presencia de Dios, su siervo salió «valiente como un león», no temiendo al hombre, con perfecta calma en medio de las circunstancias más duras. En este espíritu, el tisbita se enfrentó a Acab: «Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy». Mas, ¡cuán poco sabía el monarca apóstata de los ejercicios del alma del profeta antes de presentarse ante él, y dirigirse a su conciencia! «No habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra». Sorprendente y bendita cosa es ésta. El profeta habló con la máxima seguridad y autoridad porque estaba dando el mensaje de Dios, el siervo identificándose con el Señor. Esta tendría que ser siempre la compostura del ministro de Cristo: «Lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto testificamos».
"Y fue a él palabra de Jehová» (v. 2). ¡Qué bendito!; sin embargo, no es probable que lo percibamos a menos que lo meditemos a la luz de lo que precede. Por el versículo anterior sabemos que Elías había cumplido su misión fielmente, y aquí encontramos al Señor hablando a su siervo; de ahí que consideremos esto como una recompensa de gracia de aquello. Así son los caminos del Señor; se deleita en la comunión con aquellos que se deleitan haciendo Su voluntad. Es un sistema de estudio muy provechoso ir buscando esta expresión por toda la Biblia. Dios no concede nuevas revelaciones hasta que se han obedecido las recibidas anteriormente; esta verdad queda ilustrada en el caso de Abraham al principio de su vida. «Jehová habla dicho a Abram: Vete... a la tierra que te mostraré» (Génesis 12:1); empero, fue sólo la mitad del camino y se asentó en Harán (11:31), y no fue hasta que partió de allí y obedeció completamente que el Señor se le apareció de nuevo (12:4 7).
"Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit» (v. 2,3). Aquí se ejemplifica una verdad práctica importante. Dios dirige a su pueblo paso a paso. Y ello no puede ser de otro modo porque el camino que somos llamados a seguir es el de la fe, y la fe es lo contrario de la vista y la independencia. El sistema del Señor no es revelarnos todo el trayecto a recorrer, sino restringimos su luz de manera que alumbre sólo un paso tras otro, para que nuestra dependencia de Él sea constante. Esta lección es en extremo saludable, pero la carne está lejos de agradecerla, especialmente en el caso de los que son de naturaleza activa y fervorosa. Antes de salir de Galaad e ir a Samaria a pronunciar su solemne mensaje, el profeta sin duda debió de preguntarse qué hacer una vez cumplida su misión. Pero eso no era cosa suya, por el momento; habla de obedecer la orden divina, y dejar que Dios le revelara qué habla de hacer después.
«Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no estribes en tu prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas» (Proverbios 3:5,6). Amigo lector, si Elías hubiera estribado en su propia prudencia, podemos estar seguros que la última cosa que hubiera hecho sería esconderse en el arroyo de Querit. Si hubiera seguido sus propios instintos, más aún, si hubiera hecho lo que considerase que glorificaría más a Dios, ¿no hubiera emprendido un viaje predicando por todas las ciudades y aldeas de Samaria? ¿No hubiera considerado que su obligación ineludible era hacer todo lo que estaba en su mano para despertar la conciencia adormecida pueblo, a fin de que todos los súbditos horrorizados de la idolatría prevaleciente obligaran a Acab a poner fin a la misma? Sin embargo, eso era lo que Dios no quería que hiciese; así pues, ¿qué valor tienen el razonamiento y las inclinaciones naturales en relación con las cosas divinas? Ninguno en absoluto.
"Fue a él palabra de Jehová». Obsérvese que no dice: le fue revelada la voluntad del Señor", o "se le reveló la mente del Señor»; queremos hacer especial énfasis en este detalle, porque es un punto sobre el cual hay no poca confusión hoy en día. Hay muchos que se confunden a sí mismos y a los demás hablando muchísimo acerca de "alcanzar la mente del Señor» y "descubrir la voluntad de Dios» para ellos, lo cual, analizado con cuidado, resulta no ser nada más que una vaga incertidumbre o un impulso personal. "La mente» y "la voluntad» de Dios, lector, se dan a conocer en su Palabra, y Él nunca «quiere» nada para nosotros que choque en lo más mínimo con su Ley celestial. Nota que, cambiando el énfasis, «fue a él palabra de Jehová»: ¡no tuvo necesidad de ir a buscarla! Véase Deuteronomio 30:11 14.
Y, ¡qué «palabra» la que fue a Elías! "Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está delante del Jordán» (v. 3). En verdad, los pensamientos y los caminos de Dios son completamente diferentes a los nuestros; sí, y sólo P 1 nos los puede notificar (Salmo 103:7). Casi da risa ver la manera cómo muchos comentaristas se han desviado completamente en este punto, ya que casi todos ellos interpretan el mandamiento del Señor como dado con el propósito de proteger a su siervo. A medida que la sequía mortal continuó, la turbación de Acab aumentó más y más, y al recordar el lenguaje del profeta al decir que no habría rocío ni lluvia sino por su palabra, su rabia debió ser sin límite. Así pues, si Elías había de conservar la vida, debla de proveérsele de un refugio. Sin embargo, cuando volvieron a encontrarse, Acab ¡no hizo nada para matarle! (I Reyes 18:17 20). Quizá se nos dirá que "fue porque la mano de Dios estaba sobre el rey refrenándole», en lo que estamos de acuerdo; pero, ¿no podía Dios refrenarle durante este intervalo?
No, la razón de la orden del Señor a su siervo debe buscarse en otro lugar, y, con toda seguridad, no estamos lejos de descubrirla. Si reconocemos que, aparte de la Palabra y del Espíritu Santo para aplicarla, el don más valioso que Dios concede a pueblo alguno es el envío de Sus propios y calificados siervos, y que la calamidad más grande que puede caer sobre cualquier nación consiste en que Dios retire a los que ha designado para ministrar a las necesidades del alma, entonces no queda lugar a dudas. La sequía en el reino de Acab era un azote divino, y, siguiendo esta línea de conducta, el Señor ordenó a su profeta: "Apártate de aquí». La retirada de los ministros de su verdad es una señal cierta del desagrado de Dios, una indicación de que envía el juicio al pueblo que ha provocado su furor.
Ha de tenerse en cuenta que el verbo «esconder» (I Reyes 17:3), es completamente distinto del que aparece en Josué 6:17,25 (cuando Rahab escondió a los espías) y en I Reyes 184,13. La palabra usada en relación a Elías podría muy bien traducirse "vuélvete al oriente, y apártate», como en Génesis 31:49. El salmista preguntó: « ¿Por qué, olí Dios, nos has desechado para siempre? ¿Por qué ha humeado tu furor contra las ovejas de tu dehesa?» (74:1). Y, ¿qué fue lo que le movió a hacer estas doloridas preguntas? ¿Qué era lo que le hacía darse cuenta de que el furor de Dios ardía contra Israel? Era lo que sigue: "Han puesto a fuego tus santuarios... han quemado todas las sinagogas de Dios en la tierra. No vemos ya nuestras señales; no hay más profeta» (vs. 7 9). Fue el abandono de los medios públicos de gracia la señal más segura del desagrado de Dios.
Lector, aunque en nuestros días esté casi olvidado, no hay prueba más segura y solemne de que Dios esconde su rostro de un pueblo o nación que el privarles de las bendiciones inestimables de los que ministran su Palabra Santa, porque de la manera que las mercedes celestiales sobrepujan las terrenales, así también las calamidades espirituales son mucho más terribles que las materiales. El Señor declaró por boca de Moisés: "Goteará como la lluvia mi doctrina; destilará como el rocío mi razonamiento; como la llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba» (Deuteronomio 32:2). Y ahora, todo rocío y toda lluvia iban a ser retirados de la tierra de Acab, no sólo literal, sino también espiritualmente. Los que ministraban su Palabra fueron quitados de la actividad y la vida públicas (I Reyes 18:4).
Si se requieren más pruebas bíblicas de esta interpretación (I Reyes 17:3), nos remitimos a Isaías 30:20, donde leemos: "Bien que os dará el Señor pan de congoja y agua de angustia, con todo, tus enseñadores nunca más te serán quitados, sino que tus ojos verán tus enseñadores». ¿Qué hay que sea más claro que esto? La pérdida más sensible que el pueblo podía sufrir era la retirada, por parte del Señor, de sus maestros, porque aquí les dice que Su ira será mitigada por Su misericordia; que, aunque les diera pan de congoja y agua de angustia, no les privaría de nuevo de los que ministraban a las necesidades de sus almas. Finalmente, recordamos al lector la afirmación que Cristo hizo de que había «una grande hambre» en el país en tiempos de Elías (Lucas 4:25), a lo que añadimos: «He aquí vienen días, dice el Señor Jehová, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán» (Amós 8:11,12).
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LA PRUEBA DE LA FE
"Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está delante del Jordán (I Reyes 17:2,3). Como indicábamos en el último capítulo, no era meramente para proveer a Elías de un refugio seguro que le protegiera de la ira de Acab y Jeza¬bel que Jehová dio esta orden al profeta, sino para hacer patente Su disfavor contra Su pueblo apóstata: la desaparición del profeta de la vida pública era un juicio adicional contra la nación. No podemos dejar de indicar la analogía trágica que prevalece en mayor o menor grado en la Cristiandad. Durante las últimas dos o tres décadas Dios ha apartado por la muerte a algunos de sus siervos fieles; y, no sólo no los ha reemplazado por otros, sino que de los que quedan cada día aumenta el número de los que Él aísla.
Fue para gloria de Dios y para bien del profeta que el Señor le dijo: "Apártate de aquí... escóndete”. Fue un llamamiento a la separación. Acab era un apóstata, y su consorte una pagana. La idolatría abundaba por todas partes. El hombre de Dios no podía simpatizar ni tener comunión con tal horrible situación. El aislarnos del mal nos es absolutamente indispensable si queremos guardarnos "sin mancha de este mundo” (Santiago 1:27); no sólo separación de la impiedad secular, sino también de la corrupción religiosa. "No comuniquéis con las obras infructuosas de las tinieblas” (Efesios 5:11), ha sido el mandato de Dios en toda dispensación. Elías se levantó como el testigo fiel del Señor en días de alejamiento nacional, y después de haber presentado el testimonio divino a la cabeza responsable, el profeta había de retirarse. Es deber indispensable volver la espalda a todo lo que deshonra a Dios.
Pero, ¿dónde habla de ir Elías? Antes había morado en la presencia del Señor Dios de Israel. “Delante del cual estoy", podía decir al pronunciar sentencia de juicio contra Acab; y habla de morar aún al abrigo del Altísimo. El profeta no fue dejado a su propia suerte ni a su voluntad, sino que fue dirigido al lugar que Dios mismo habla designado: fuera del real, lejos del sistema religioso. El Israel degenerado habla de conocerle sólo como el testigo contrario; no habla de tener lugar ni tomar parte en la vida social y religiosa de la nación. Habla de volverse "al oriente”, de donde sale el sol, ya que el que se rige por los preceptos divinos "no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida (Juan 8:12). “En el arroyo de Que¬rit que está delante del Jordán”. El Jordán señalaba los limites del país. Tipificaba la muerte, y la muerte espiritual estaba ahora sobre Israel.
Pero, ¡qué mensaje de esperanza y consuelo contenía "el Jordán” para el que caminaba con el Señor! ¡Qué bien calculado estaba para hablar al corazón de aquel cuya fe estaba en una condición saludable! ¿Acaso no era éste el lugar donde Jehová se mostró fuerte en favor de Su pueblo en los días de Josué? ¿No fue el Jordán el escenario que presenció el poder milagroso de Dios cuando Israel dejó el desierto tras de sí? Allí fue donde el Señor dijo a Josué: "Desde este día comenzaré a hacerte grande delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como fui con Moisés, así seré contigo” (Josué 3:7). Fue allí donde “el Dios viviente" (v. 10) hizo que las aguas se detuvieran “en un montón” (v. 13) hasta que “todo Israel pasó en seco” (Y. 17). Tales eran las cosas que debían llenar, y sin duda llenaron, la mente del tisbita cuando su Señor le mandó a este mismísimo lugar. Si su fe estaba en ejercicio, su corazón había de estar en perfecta paz, sabiendo que el Dios que obraba milagros no le abandonaría allí.
También fue por el propio bien del profeta que el Señor le mandó esconderse. Estaba en peligro de otra cosa, además del furor de Acab. El éxito. de sus súplicas podía venir a ser una trampa; podía llenarle de orgullo e incluso endurecer su corazón ante la q1arnidad que asolaba el país. Con anterioridad había estado ocupado en oración secreta, y entonces, durante breve tiempo, había confesado y testificado bien delante del rey. El futuro le reservaba todavía un servicio mejor, ya que vendría el día cuando no sólo testificaría de Dios, en presencia de Acab, sino que derrotaría y desharía las huestes reunidas de Baal y, al menos hasta cierto punto, llevaría de nuevo a la nación descarriada al Dios de sus padres. Pero la hora no estaba todavía en sazón; ni Elías tampoco.
El profeta necesitaba más instrucción en secreto si es que había de estar capacitado para hablar de nuevo en público para Dios. El hombre que Dios usa, querido lector, ha de mantenerse sumiso, tiene que experimentar severa disciplina para que la carne sea mortificada debidamente. El profeta había de pasar tres años más de soledad. ¡Qué humillante! Mas, ¡cuán poco digno de crédito es el hombre, qué incapaz de sostenerse en el lugar de honor! ¡Qué pronto aparece en la superficie el yo, y el instrumento está presto a creerse algo más que un instrumento! ¡Cuán tristemente fácil es hacer del servicio que Dios nos confía el pedestal en el que exhibirnos a nosotros mismos! Pero Dios no compartirá su gloria con nadie, y por lo tanto, “esconde" a aquellos que pueden verse tentados a tomar parte de ella para sí. Es sólo retirándonos de la vista pública y estando a solas con Dios que podemos aprender que no somos nada.
Esta importante lección se pone claramente de manifiesto en los tratos de Cristo con sus discípulos amados. En una ocasión regresaron a Él jubilosos por el éxito alcanzado, y llenos de sí mismos “le contaron todo lo que habían hecho, y lo que hablan enseñado” (Marcos 6:30). Su suave respuesta es por demás instructiva: "Venid vosotros aparte al lugar desierto, y reposad un poco” (v. 31). Éste es aún su remedio de gracia para todo siervo que esté hinchado por su propia importancia, y que imagine que la causa divina en la tierra sufriría una pérdida severa si él fuera quitado de ella. Dios dice a menudo a sus siervos: "Apártate de aquí... escóndete”; a veces es por medio de la frustración de sus esperanzas ministeriales, por el lecho de la aflicción o por una pérdida sensible, que se cumple el propósito divino. Bienaventurado el que puede decir desde el fondo de su corazón: “Sea hecha la voluntad del Señor”.
Todo siervo que Dios se digna usar ha de pasar por la experiencia de la prueba de Querit antes de estar realmente preparado para el triunfo del Carmelo. Éste es un principio invariable en los caminos del Señor. José sufrió la indignidad de la cisterna y la prisión antes de llegar a ser gobernador de todo Egipto, inferior sólo al rey. Moisés pas6 la tercera parte de su larga vida "detrás del desierto”, antes de que Jehová le concediera el honor de acaudillar a su pueblo sacándolo de la casa de servidumbre. David tuvo que aprender de la suficiencia del poder de Dios en la labranza, antes de ir y matar a Goliat en presencia de los ejércitos de Israel y de los filisteos. Éste fue, también, el caso del Siervo perfecto treinta años de retiro y silencio pasó antes de comenzar su breve ministerio público. También fue así en el del principal de sus embajadores: antes de convertirse en el apóstol de los gentiles tuvo que pasar su aprendizaje en las soledades de Arabia.
Pero, ¿no hay otro ángulo desde el que contemplar esta, aparentemente, extraña orden de: “Apártate de aquí... escándete”? ¿No era esto una prueba real y severa de la sumisión del profeta a la voluntad divina? Decimos “severa” porque, para un hombre impetuoso, esta demanda era mucho más rigurosa que su comparencia ante Acab; para el de celosa disposición, sería más duro pasar tres años en reclusión inactiva que estar ocupado en servicio público. El que esto escribe puede testificar por propia, larga y dolorosa experiencia que la inactividad es una prueba mucho más severa que el dirigir la palabra a grandes congregaciones cada día durante meses. Esta lección es obvia en el caso de Elías: había de aprender personalmente a rendir obediencia implícita al Señor antes de estar calificado para mandar a otros en Su nombre.
Consideremos ahora con más detalle el lugar particular que el Señor seleccionó para que habitara su siervo: "en el arroyo de Querit”. Era un arroyo, no un río; un arroyo que podía secarse en cualquier momento. Dios rara y pone a sus siervos, o incluso a su pueblo, en medio del lujo y la abundancia: el estar repleto de las cosas de este mundo demasiadas veces significa alejarse de los afectos del Dador. “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!" Lo que Dios pide son nuestros corazones, y, a menudo, éstos son puestos a prueba. Por regla general, la manera en que son sobrellevadas las pérdidas temporales pone de manifiesto la diferencia entre el cristiano real y el hombre mundano. Este último se descorazona completamente por los reveses financieros y, a menudo, se suicida. ¿Por qué? Porque su todo se ha perdido y no le queda nada por lo que vivir. Como contraste, el creyente verdadero, aunque sea sacudido con severidad y esté profundamente deprimido por un tiempo, recuperará el equilibrio y dirá: "Dios todavía es mi porción y nada me faltará”.
Muchas veces, en lugar de un río, Dios nos da un arroyo que hoy brota y mañana quizá estará seco. ¿Por qué? Para enseñarnos a no descansar en las bendiciones, sino en el Dador de las mismas. Sin embargo, ¿no es en este punto que caemos tan a menudo estando nuestros corazones mucho más ocupados con las dádivas que con el Dador? ¿No es ésta la razón de que el Señor no nos confíe un río? Si lo hiciera, éste ocuparla en nuestros corazones, sin darnos cuenta, el lugar que le corresponde a W. "Y engrosó Jesurún, y tiró coces; engordástete, engrosástete, cubrístete; y dejó al Dios que le hizo, y menospreció la Roca de su salud” (Deuteronomio 32:15). Y la misma tendencia mala existe en nosotros. A veces creemos que se nos trata duramente porque Dios nos da un arroyo en lugar de un río, pero ello es porque conocemos tan poco nuestros propios corazones. Dios ama demasiado a los suyos para dejar cuchillos peligrosos en manos de niños.
¿Cómo había de subsistir el profeta en un lugar como aquel? ¿De dónde habla de venir su comida? Ah, Dios se ocupará de esto; ti proveerá sus necesidades: "Y beberás del arroyo” (v. 4). Cualquiera que fuere el caso de Acab y sus idólatras, Elías no perecería. En los peores tiempos Dios se mostrará fuerte en pro de los suyos. Aunque todos perezcan de hambre, ellos serán alimentados: “Se le dará su pan, y sus aguas serán ciertas” (1salas 33:16). No obstante, ¡qué absurdo parece al sentido común mandar a un hombre que permanezca indefinidamente junto a un arroyo! SI, pero era Dios el que había dado esta orden, y los mandamientos divinos no deben ser discutidos sino obedecidos. De este modo, a Elías se le mandaba confiar en Dios a pesar de la vista, la razón y todas las apariencias externas; descansar en el Señor mismo y esperar pacientemente en Él.
“Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer” (v. 4). Obsérvese la palabra que hemos puesto en letra bastardilla. El profeta podía haber preferido muchos otros escondites, pero debía ir a Querit si quería recibir el suministro divino: Dios se había comprometido a proveerle todo el tiempo que permaneciere allí. Qué importante es, por lo tanto, la pregunta: ¿Estoy en el lugar donde Dios por su Palabra o por su providencia me ha asignado? Si es así, de seguro que suplirá todas mis necesidades. Pero, si como el hijo menor le vuelve la espalda y me voy a un país lejano, entonces, como él, sufriré necesidad, Cuántos de Dios ha habido que han trabajado en alguna esfera humilde y difícil con el rocío del Espíritu en sus ministerios, y que, cuando recibieron una invitación de trabajar en algún lugar que parecía ofrecer más amplio campo (¡y mejor paga!) cedieron a la tentación, entristecieron al Espíritu, y vieron terminada su utilidad en el reino de Dios.
El mismo principio es aplicable con igual fuerza al resto del pueblo de Dios: ha de estar “en el camino" (Génesis 24: 27) designado por Dios para recibir las provisiones divinas. “Sea hecha tu voluntad” precede a “danos hoy nuestro pan cotidiano”. Pero hemos conocido personalmente a muchos que profesaban ser cristianos, los cuales residían en alguna ciudad donde Dios envió a uno de sus calificados siervos, quien alimentaba sus almas de grosura de trigo ", y éstas prosperaban. Pero recibieron alguna tentadora oferta de medrar en los negocios y mejorar su posición en el mundo en algún lugar distante. Aceptaron la oferta, recogieron sus tiendas; pero entraron en un desierto espiritual donde no había ministerio edificarte alguno. Como consecuencia, sus almas hambrearon, sus testimonios de Cristo fueron arruinados, y sobrevino un período de retroceso espiritual sin fruto. De la manera que Israel antiguamente tenía que seguir la nube para obtener la diaria provisión de maná, así también nosotros debemos estar en el lugar ordenado por Dios para que nuestra alma sea regada y nuestra vida espiritual prosperada.
Veamos, a continuación, los instrumentos que Dios seleccionó para ministrar a las necesidades corporales de su siervo. "He mandado a los cuervos que te den allí de comer”. Se nos sugieren aquí varias líneas de pensamiento. Primero, ved la elevada soberanía y la supremacía absoluta de Dios; su soberanía en la elección hecha, su supremacía en el poder para llevarla a cabo. Él es ley en sí mismo. “Todo lo que quiso Jehová, ha hecho en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Salmo 135:6). Prohibió a su pueblo que comiese cuervos, clasificándolos entre lo inmundo; es más, tenía que tenerlos como abominación” (Levítico 11:15; Deuteronomio 14:14). Con todo, hizo uso de ellos para llevar comida a su siervo. ¡Qué diferentes de los nuestros son los caminos de Dios! Empleó a la propia hija de Faraón para socorrer al pequeño Moisés, y a Balaam para pronunciar una de las, profecías más notables. Usó la quijada de un asno por mano de Sansón para herir a los filisteos, y una honda y una piedra para vencer a su gigante.
"He mandado a los cuervos que te den allí de comer”. ¡Oh, qué grande es nuestro Dios! Las aves del cielo y los peces de la mar, las bestias salvajes del campo, aun los mismos vientos y las olas le obedecen. “Así dice Jehová, el que da camino en la mar, y senda en las aguas impetuosas; el que saca carro y caballo, ejército y fuerza... He aquí que Yo hago cosa nueva; presto saldrá a luz: ¿no la sabréis? Otra vez pondré camino en el desierto, y tíos en la soledad. La bestia del campo me honrará, los chacales, y los pollos del avestruz ¡si!) ¡Y los cuervos también! ; porque daré aguas en el desierto, ríos en la soledad, para que beba mi pueblo” (Isaías 43:16 20). Así, pues, el Señor hizo que las aves de presa, que vivían de la carroña, alimentaran al profeta.
Pero, admiremos también aquí la sabiduría así como el poder de Dios. Las viandas se le proveían a Elías de manera en parte natural y en parte sobrenatural. En el arroyo había agua para que pudiera tomarla fácilmente. Dios no obrará milagros para evitar trabajo al hombre, lo que le haría negligente y perezoso al no hacer esfuerzo alguno para procurarse su propio sustento. Pero, en el desierto no había comida: ¿cómo había de conseguirlo? Dios suple eso de modo milagroso: “He mandado a los cuervos que te den allí de comer”. Si hubieran sido usados seres humanos para llevarle comida, podían haber divulgado su escondrijo. Si un perro o algún otro animal doméstico hubieran ido cada mañana y cada noche, la gente podía ver esos viajes regulares llevando comida, sentir curiosidad, e investigar. Pero los pájaros llevando carne hacia el desierto no levantarían ninguna sospecha: podía suponerse que la llevaban a sus crías. Ved cuán cuidadoso es Dios para con su pueblo, qué prudentes son los planes que hace para el mismo. Él sabe qué es lo que pondría en peligro su seguridad y provee de acuerdo con ello.
"Escóndete en el arroyo de Querit... y Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer." Ve inmediatamente, sin abrigar duda alguna, sin vacilar. Por contrario que sea a sus instintos naturales, esas aves de presa obedecerán el mandato divino. Esto no ha de parecer improbable. El mismo Dios que las creó y que les dio su particular instinto, sabe cómo dirigir y controlar dicho instinto. El sabe cómo interrumpirlo y contenerlo según Su buena voluntad. La naturaleza es exactamente como Dios la hizo, y su permanencia depende enteramente de Él. É1 sustenta todas las cosas con la palabra de su potencia. En Él y por Él todas las aves y bestias, lo mismo que el hombre, viven, se mueven y son; por tanto, Él puede interrumpir o alterar las leyes que ha impuesto sobre cualquiera de sus criaturas cuando lo cree conveniente. “¿Juzgase cosa increíble entre vosotros que Dios resucite los muertos?” (Hechos 26:8).
Allí, en su humilde retiro, el profeta habla de permanecer durante muchos días, mas no sin una promesa preciosa que garantizara su sustento: el suministro de las provisiones necesarias le era asegurado divinamente. El Señor cuidaría de su siervo mientras estuviera escondido de la vista general, y le alimentaría diariamente por su poder milagroso. No obstante, era una prueba real de la fe de Elías. ¿Quién ha oído jamás que fueran empleados tales instrumentos? ¡Las aves de presa llevando comida en tiempo de hambre! ¿Podía confiarse en los cuervos? ¿No era mucho más probable que devoraran la comida en vez de llevarla al profeta? Su confianza no descansaba en las aves, sino en la palabra cierta del que no puede mentir: “Yo he mandado a los cuervos”. El corazón de Elías descansaba en el Creador, no en las criaturas; en el Señor mismo, no en los instrumentos. Qué bienaventurado es ser elevado por encima de las "circunstancias, y tener prueba segura de su cuidado en la inefable promesa de Dios.
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EL ARROYO SECO
“Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está delante del Jordán; y beberás del arroyo; y Yo he mandado a los cuervos que te den allí de coger” (I Reyes 17:3,4). Notemos bien el orden; primero el mandato divino, y luego la preciosa promesa. Elías habla de cumplir el mandamiento divino para poder ser alimentado sobrenaturalmente. La mayoría de las promesas de Dios son condicionadas. ¿No explica esto la razón de que muchos de nosotros no saquemos ningún bien de Elías, al dejar de cumplir las estipulaciones? Dios nunca premia la incredulidad ni la desobediencia. Nosotros somos nuestros peores enemigos, y nos perdemos mucho por nuestra perversidad. En el anterior capítulo procuramos mostrar que el arreglo que Dios hizo mostraba su gran soberanía, su poder omnisuficiente, y su bendita sabiduría; y cómo demandaba la sumisión y la fe del profeta. Llegamos ahora a la secuela de aquel hecho.
"Y él fue, e hizo conforme a la palabra de Jehová; pues se fue y asentó junto al arroyo de Querit, que está antes del Jordán” (v. 5). El requerimiento de Dios, no sólo proporcionaba a Elías una prueba real de su sumisión y su fe, sino que era tam¬bién una demanda severa a su humildad. Si su orgullo hubiera prevalecido, hubiera dicho: “¿Por qué he de seguir tal línea de conducta? Actuaría como un cobarde si me 'escondiera'. No tengo miedo a Acab, y por lo tanto no me recluiré”. ¡Ah, lector!; algunos de los mandamientos de Dios son verdaderamente humillantes para la carne y la sangre soberbias. Los discípulos no debieron de pensar que lo que Cristo les mandaba era seguir una política muy valiente, cuando les dijo: "Mas cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la otra” (Mateo 10:23); sin embargo, tales eran sus órdenes, y debían obedecerle. Y, ¿por qué ha de objetar el siervo al mandamiento de "esconderse” cuando leemos del Señor que "se encubrió"? (Juan 8:59). Sí, É1 nos ha dejado ejemplo en todas las cosas.
Además, el cumplimiento del mandato divino representaba una carga para el aspecto social de la naturaleza de Elías. Pocos hay que puedan soportar la soledad; en verdad, para la mayoría de las personas, ser separado de sus semejantes, seria dura prueba. Los inconversos no pueden vivir sin compañía; la convivencia con los que piensan como ellos les es necesaria para acallar sus conciencias inquietas, y desterrar sus pensamientos onerosos. Y, ¿es muy distinto el caso de la inmensa mayoría de los que profesan ser cristianos? La promesa: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días”, encierra poco significado para la mayoría de nosotros. ¡Qué diferente era el contentamiento, el gozo y el servicio de Bunyan en la cárcel, o de Madame Guyon en su confinamiento solitario! Elías podía verse separado de sus semejantes, pero no del Señor.
"Y él fue, e hizo conforme a la palabra de Jehová”. El profeta cumplió el mandato de Dios sin duda ni dilación. La suya era una bendita sujeción a la voluntad divina: estaba preparado tanto a llevar al rey el mensaje de Jehová como a depender de los cuervos. El tisbita cumplió el precepto con prontitud, sin importarle lo poco razonable que pudiera parecer, o lo desagradables que fueran las perspectivas. Qué diferente fue el caso de Jonás, que huyó para no cumplir la palabra del Señor; sí, y cuán diferentes las consecuencias también: ¡el uno encarcelado durante tres días y tres noches en el vientre de la ballena; el otro, al final, arrebatado al cielo sin pasar por los portales de la muerte! Los siervos de Dios no son todos iguales en fe, ni obediencia, ni fruto. Ojalá todos fuésemos tan prontos a obedecer la Palabra del Señor como Elías.
"Y él fue, e hizo conforme a la palabra de Jehová”. El profeta no se retrasó en el cumplimiento de las directrices divinas ni dudó de que Dios supliría todas sus necesidades. Bienaventurados somos cuando le obedecemos en circunstancias difíciles, y confiamos en Él en la oscuridad. Pero, ¿por qué no habríamos de poner confianza implícita en Dios y depender en su palabra de promesa? ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor? ¿Ha faltado jamás a su palabra de promesa? Así, pues, no abriguemos recelo incrédulo alguno en cuanto a su futuro cuidado. Los cielos y la tierra pasarán, pero jamás sus promesas. El proceder de Dios para con Elías ha quedado registrado para nuestra instrucción; ojalá hable a nuestros corazones de manera que reprenda nuestra desconfianza impía y nos lleve a clamar sinceramente: “Señor, auméntanos la fe”. El Dios de Elías vive todavía, y jamás abandona al que confía en su fidelidad.
"Y él fue, e hizo conforme a la palabra de Jehová”. Elías, no sólo predicó la Palabra de Dios, sino que además hizo lo que le mandaba. Esta es la urgente necesidad de nuestros días. Se habla muchísimo de los preceptos divinos, pero se camina muy poco de acuerdo con ellos. En el reino religioso hay mucha actividad, pero, demasiado a menudo, ésta está desautorizada por los estatutos divinos, y en muchas ocasiones es contraria a los mismos. "Mas sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22), es el requisito cierto de Aquél al cual hemos de dar cuentas. El obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros. “Hijitos, no os engañe ninguno: el que hace justicia, es justo” (I Juan 3:7). Cuántos se engañan en este punto; parlotean de la justicia, pero dejan de practicarla. "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; mas el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).
“Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne a la tarde; y bebía del arroyo” (v. 6). ¡Cómo probaba esto que “Él es el que prometió”! (Hebreos 10:23). La naturaleza entera cambiará su camino antes de que una sola de sus promesas falte. Qué consuelo para el corazón que confía: lo que Dios ha prometido, ciertamente lo hará. Cuán inexcusable es nuestra incredulidad, cuán indeciblemente impías nuestras dudas. Cuánta de nuestra desconfianza es consecuencia de que las promesas divinas no están suficientemente definidas en nuestras mentes. ¿Meditamos como debiéramos en las promesas del Señor? Si estuviésemos más "amistados” con É1 (Job 22:21), si “pusiéramos al Señor" más definidamente delante de nosotros (Salmo 16:8), ¿no tendrían sus promesas mucho más peso y poder para nosotros?
“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús" (Filipenses 4:19). Es infructuoso preguntar cómo. El Señor tiene diez mil maneras de cumplir su palabra. Alguien que lea este párrafo puede que viva precariamente, sin reservas financieras, sin provisiones; quizá sin saber de dónde vendrá la próxima comida. Pero, si eres un hijo de Dios, Él no te dejará; y si confías en É1, no te verás defraudado. De una manera u otra, “el Señor proveerá”. "Temed a Jehová, vosotros sus santos; porque no hay falta para los que le temen. Los leoncillos necesitaron, y tuvieron hambre; pero los que buscan a Jehová, no tendrán falta de ningún bien” (Salmo 34:9,10); “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas (comida y vestido) os serán añadidas” (Mateo 6:33). Estas promesas están dirigidas a nosotros, para alentarnos a unirnos a Dios y hacer su voluntad.
"Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne a la tarde.” Si el Señor lo hubiera querido, podía haberle alimentado por medio de los Ángeles, y no de los cuervos, Había entonces en Israel un hombre hospitalario llamado Abdías que sustentaba en secreto a cien profetas de Dios en una cueva (18A). Además, habla siete mil israelitas fieles que no hablan doblado sus rodillas ante Baal, cualquiera de los cuales se habría sentido sin duda grandemente honrado de haber sustentado a alguien tan eminente como Elías. Pero Dios prefirió hacer uso de las aves del cielo. ¿Por qué? ¿No fue acaso para damos, a Elías y a nosotros, una prueba señalada de su dominio absoluto sobre todas las criaturas, y por ende de que Él es digno de toda nuestra confianza, aun en la más grave necesidad? Y lo más sorprendente es que Elías fuera alimentado mejor que los profetas que Abdías sustentaba, ya que éstos tenían sólo "pan y agua” (18:4), mientras que Elías tenía tam¬bién carne.
Aunque Dios no emplee cuervos reales al ministrar a sus siervos necesitados de hoy, a menudo obra de manera igualmente definida y maravillosa ordenando al egoísta, al avariento, al de corazón duro y al inmoral para la asistencia de los suyos. Él puede hacerlo, y a menudo los induce, en contra de su disposición natural y sus hábitos míseros, a comportarse benigna y liberalmente en el ministerio de nuestras necesidades. Él tiene en su mano los corazones de todos los hombres, y a todo lo que quiere los inclina (Proverbios 21:1). ¡Gracias sean dadas al Señor por enviar su provisión por medio de tales instrumentos! No dudamos de que un buen número de nuestros lectores podrían dar un testimonio similar al del que esto escribe, cuando dice: Cuán a menudo, en el pasado, Dios proveyó a nuestras necesidades de la manera más inesperada; nos hubiera sorprendido menos que los cuervos nos trajeran comida,'que el recibirla de los que nos la concedieron.
"Y los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne a la tarde.” Fijémonos que no se mencionan vegetales, ni frutas, ni dulces. No habla bocados exquisitos, sino simplemente lo necesario. “Así que, teniendo sustento y con qué cubrirnos, seamos contentos con esto” (I Timoteo 6:8). Mas, ¿lo somos? Cuán poco de este contentamiento santo se observa, incluso entre el pueblo del Señor. Cuántos ponen el corazón en las cosas de las cuales los que son sin Dios hacen ídolos. ¿Por qué están descontentos los jóvenes con el nivel de vida que bastó a sus padres? Para seguir a Aquél que no tenía donde reclinar la cabeza, debemos negarnos a nosotros mismos.
"Y bebía del arroyo” (v. 6). No pasemos por alto esta cláusula, ya que en la Escritura no hay ni un solo detalle sin importancia. El agua del arroyo era una verdadera provisión de Dios, tanto como lo eran el pan y la carne que traían los cuervos. El Espíritu Santo, sin duda, ha registrado este detalle con el propósito de enseñarnos que las mercedes comunes de la providencia (como las llamamos nosotros) son, tam¬bién, un don de Dios. Si se nos ha suministrado aquello que nuestros cuerpos necesitan, a Dios le debemos la gratitud y el reconocimiento. Y, sin embargo, cuántos hay, aun entre los que profesan ser cristianos, que se sientan a la mesa sin pedir la bendición de Dios, y se levantan sin darle gracias por lo que han comido. También en esto Cristo nos ha dejado ejemplo, pues cuando alimentó a la multitud, se nos dice que tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, repartió a los discípulos" (Juan 6:11). Así pues, no dejemos de hacer lo mismo.
'Tasados algunos días, secóse el arroyo; porque no habla llovido sobre la tierra” (v. 7). Por la expresión “pasados algunos días”, Lightfoot entiende “pasado un año", que es con frecuencia el sentido de esta frase en la Escritura. Sea como fuere, después de un intervalo de cierta duración, el arroyo se secó. Krumínacher declara que el nombre Querit denota “sequía”, como si se secara generalmente más deprisa que cualquier otro arroyo. Con toda probabilidad se trataba de un torrente del monte que descendía por un barranco. Recibía el agua por medio de la naturaleza o providencia ordinaria, pero ahora, el curso de la naturaleza estaba alterado. El propósito de Dios estaba cumplido, y habla llegado la hora de que el profeta partiese hacia otro escondite. Que el arroyo se secase era un poderoso recordatorio para Elías de la naturaleza transitoria de todo lo mundano. "La apariencia de este mundo se pasa” (I Corintios 7:31), y por tanto, "no tenemos aquí ciudad permanente” (Hebreos 13:14). Todas las cosas terrenas están marcadas con el sello del cambio y la decadencia.: nada hay estable bajo el sol. Por ello, deberíamos estar preparados para los cambios repentinos en nuestras circunstancias.
Como hasta entonces, los cuervos seguían llevando al profeta carne y pan para comer cada mañana y cada tarde, mas no podía subsistir sin agua. Pero, ¿por qué no había de proveer Dios del agua de modo milagroso, como hacía con la comida? Con toda seguridad, podía hacerlo. Podía haber hecho brotar agua de la roca, como hizo con Israel, o de la quijada, como con Sartís6n (Jueces 15:18,19). Sí, pero el Señor no está limitado a ningún método, sino que tiene varias maneras de producir los mismos resultados. A veces Dios obra de un modo, y a veces de otro; usa este medio hoy, y ese otro mañana, para llevar a cabo su consejo. Dios es soberano y no obra de acuerdo con una regla: repetida. Siempre obra según su buena voluntad, y lo hace así para desplegar su absoluta suficiencia, para exhibir su sabiduría múltiple, y para demostrar la grandeza de su poder. Dios no está atado, y si cierra una puerta puede fácilmente abrir otra.
“Secóse el arroyo”. Querit no brotaría para siempre; no, ni siquiera para el profeta. El mismo Elías había de sentir lo terrible del azote que habla anunciado. Mi querido lector, no es cosa extraña que Dios permita que sus hijos amados sean envueltos en las calamidades comunes de los ofensores. Es verdad que Él hace diferencia en el uso y en los resultados de las heridas, pero no en el infligirlas. Vivimos en un mundo que está bajo la maldición del Dios Santo, y por tanto, “el hombre nace para la aflicción”. Tampoco hay manera de escapar de la aflicción mientras estemos aquí. El propio pueblo de Dios, aunque es objeto de amor eterno, no está exento, porque "muchos son los males del justo”. ¿Por qué? Por varias razones y con varios designios: uno de ellos es enajenar nuestros corazones de las cosas de abajo, y hacer que pongamos nuestros afectos en las de arriba.
“Secóse el arroyo”. Seg1n las apariencias externas, para la razón carnal parecería un verdadero infortunio, una verdadera calamidad. Tratemos de evocar a Elías allí, en Querit. La sequía era general, el hambre extendida por todo el país; y ahora, su propio arroyo se secaba. El agua disminuyó gradualmente hasta que pronto no había más que un goteo, y más tarde cesó por completo. ¿Se llenó paulatinamente de ansía y melancolía? ¿Dijo: Qué haré? ¿Debo permanecer aquí y perecer? ¿Me ha olvidado Dios? ¿Di un mal paso, a fin de cuentas, al venir aquí? Todo dependía de lo firmemente que su fe siguiera ejercitándose. Si su fe estaba en acción, admiró la bondad de Dios al hacer que el suministro de agua durara tanto tiempo. Cuánto mejor para nuestras almas si, en vez de lamentar nuestras pérdidas, alabáramos a Dios por concedernos sus mercedes por tanto tiempo, especialmente si recordamos que nos son prestadas, y que no merecemos ninguna de ellas.
Aunque morara en el lugar designado por Dios, Elías no estaba exento de aquellos profundos ejercicios del alma que son siempre la disciplina necesaria para la vida de fe. Es verdad que, obedeciendo el mandamiento divino, los cuervos le habían visitado diariamente trayéndole comida mañana y tarde, y que el arroyo había seguido su tranquilo discurrir. Pero la fe había de ser probada y desarrollada. El siervo de Dios no puede dormirse sobre los laureles, sino que ha de pasar de clase en clase en la escuela del Señor; y después de haber aprendido (por la gracia) las difíciles lecciones de una, ha de avanzar y dominar otras todavía más difíciles. Quizá algún lector ha de enfrentarse con el arroyo cada vez más seco de la popularidad, de la salud que se desvanece, de los negocios que disminuyen, de la amistad que se marchita. Ah, amigo, un arroyo que se seca es un verdadero problema.
¿Por qué permite Dios que se seque el arroyo? Para enseñarnos a confiar en Él, y no en sus dones. Por regla general, Él no provee a su pueblo por mucho tiempo de la misma manera y por los mismos medios, no sea que confíe en éstos, y espere recibir ayuda de los mismos. Tarde o temprano Dios muestra cuánto dependemos de Él aun para recibir las mercedes cotidianas. Pero el corazón del profeta había de ser puesto z prueba, para ver si su confianza estribaba en Querit o en el Dios viviente. Así es en su trato con nosotros. Cuán a menudo creemos que confiamos en el Señor, cuando, en realidad, descansamos en circunstancias cómodas; y cuando se vuelven incómodas, ¿cuánta fe tenemos?
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ELÍAS EN SAREPTA
"El que creyere, no se apresure" (Isaías 28:16). Seguir esta regla en todos los múltiples detalles de nuestra vida es sabiduría y bienestar, nunca más necesario al pueblo de Dios que en esta loca generación de velocidad y prisas. Podemos aplicarla con el mayor provecho a nuestra lectura y estudio de la Palabra de Dios. No es tanto la cantidad de tiempo que pasamos con las Escrituras, como la medida en que, con oración, meditamos sobre lo que está ante nosotros, lo que determina mayormente el grado en que el alma se beneficia de la misma. Nos perdemos mucho al pasar demasiado deprisa de un versículo al siguiente, al dejar de imaginarnos vividamente los detalles que tenemos ante nosotros, y al no esforzarnos en descubrir las lecciones prácticas que pueden sacarse de los hechos históricos. Es poniéndonos en el caso de aquel del cual estamos leyendo, y pensando qué hubiésemos hecho probablemente en tales circunstancias, que recibimos la máxima ayuda.
Se nos ofrece una ilustración de lo que decimos en el párrafo anterior, en la etapa de la vida de Elías a la que hemos llegado. Al acabar el capitulo precedente llegamos al punto en que sucedió que "pasados algunos días, secóse el arroyo”; no tengamos demasiada prisa en dirigir nuestra atención a lo que sigue, antes por el contrario, deberíamos esforzarnos en imaginar la situación del profeta, y meditar sobre la prueba con la que se enfrentaba. Imaginemos al tisbita en su humilde retiro. El agua del arroyo disminuía día a día; ¿decrecían también las esperanzas? ¿Se hicieron más débiles y menos frecuentes sus cantos de alabanza a medida que el arroyuelo se deslizaba con menos ruido sobre su lecho rocoso? ¿Dejó el arpa colgada de los sauces al sumirse en pensamientos ansiosos y al caminar de un lado a otro? No hay nada en la Escritura que nos haga pensar tal cosa. Dios conserva en perfecta paz a aquel cuya mente descansa en Él. Sí. pero para eso el corazón debe confiar firmemente en Él.
Éste es el punto importante: ¿confiamos en el Señor en circunstancias difíciles, o sólo cuando son favorables? Es de temer que, si hubiésemos estado allí, junto al arroyo seco, nuestras mentes se habrían llenado de confusión, y, en lugar de esperar pacientemente en el Señor, nos habríamos impacientado, y habríamos discurrido y preguntado a nosotros mismos qué hacer. Y una mañana, Elías despertó y comprobó que el arroyo se había secado del todo, y que el suministro para su sustento estaba completamente cortado. ¿Qué había de hacer, entonces? ¿Había de permanecer allí y perecer?; porque no podía esperar vivir por mucho tiempo sin nada que beber. ¿No seria mejor tomar las cosas por su mano y hacer lo que pudiera? ¿No seria mejor desandar lo andado y arriesgarse a sufrir la venganza de Acab, que permanecer donde estaba y morir de sed? ¿Podemos dudar de que Satanás le acosara con tales tentaciones en la hora de la prueba?
El Señor le había ordenado: “Escóndete en el arroyo de Querit”, añadiendo: “Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer”; y es notorio y bendito observar que permaneció allí incluso después de que el suministro de agua hubiera cesado. El pro ' feta no movió su morada hasta que recibió instrucciones definidas del Señor en este sentido. Así fue con Israel en la antigüedad en el desierto, cuando se dirigían a la tierra prometida: “Al mandato de Jehová los hijos de Israel se partían; y al mandato de Jehová asentaban el campo; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, ellos estaban quedos. Y cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. Y cuando sucedía que la nube estaba sobre el tabernáculo pocos días, al dicho de Jehová alojaban, y al dicho de Jehová partían. Y cuando era que la nube se detenía desde la tarde hasta la mañana, cuando a la mañana la nube se levantaba, ellos partían; o si había estado el día, y la noche la nube se levantaba, entonces partían. 0 si dos días, o un mes, o un año... los hijos de Israel se estaban acampados, y no movían" (Números 9:18 22). Y esto está escrito expresamente para nuestra instrucción y consuelo; así pues, debemos recordarlo si queremos ser sabios y felices.
“Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta” (I Reyes 17:8,9). Si el profeta se hubiera permitido trazar esquemas carnales, ¿no hubiera mostrado esto claramente la inutilidad y lo innecesario de los tales? Dios no había “olvidado tener misericordia”, ni dejarla a su siervo sin la dirección y guía necesarias cuando había llegado la hora de concederlas. De qué modo tan claro debería esto hablar a nuestros corazones, llenos como están de nuestros propios planes y designios. En vez de atender al precepto: "Alma mía, en Dios solamente reposa”, ingeniamos algún medio de salirnos de las dificultades, y entonces pedimos al Señor que lo prospere. Si Samuel no llega cuando le esperamos, tratamos de forzar las cosas (I Samuel 13:12).
Notemos debidamente, sin embargo, que antes de que la palabra de Dios llegara de nuevo a Elías, su fe y su paciencia habían sido puestas a prueba. Al ir a Querit, el profeta había actuado bajo las órdenes divinas, y por lo tanto, estaba bajo el cuidado especial de Dios. Así pues, ¿podía venirle mal alguno teniendo tal guardián? Había de permanecer, pues, donde estaba hasta que Dios le dirigiera a dejar aquel lugar, por desagradables que se volvieran las condiciones. Así es en lo que se refiere a nosotros. Cuando está claro que Dios nos ha puesto donde estamos, allí debemos “quedarnos” (I Corintios 7:20), aun cuando nuestra permanencia se vea llena de dificultades y peligros aparentes. Si, por otra parte, Elías hubiera dejado Querit por su propia voluntad, ¿cómo hubiera Podido esperar que el Señor estuviera con él proveyéndole en sus necesidades y librándole de sus enemigos? Esta verdad tiene la misma vigencia para nosotros en nuestros días.
Vamos a considerar ahora la otra provisión de gracia que el Señor hizo para su siervo en su retiro. “Y fue a él palabra de Jehová”. Cuán a menudo ha llegado hasta nosotros su Palabra a veces directamente, a veces por alguno de sus siervos, y nos hemos negado impíamente a obedecerla. Si no en palabras, nuestros caminos han sido como los de los judíos rebeldes, quienes respondieron a la amonestación afectuosa de Jeremías: "La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová, no oímos de ti” (44:16). En otras ocasiones hemos sido como aquellos de los que se nos habla en Ezequiel 33:31,32: "Se estarán delante de ti como mi pueblo, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón dé ellos anda en pos de su avaricia. Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, gracioso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, mas no las pondrán por obra”. ¿Por qué? Porque la Palabra de Dios choca con nuestra voluntad perversa y requiere lo que es contrario a nuestras inclinaciones naturales.
"Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y allí morarás” (vs. 8,9). Eso significa que Elías había de ser disciplinado con más pruebas y humillaciones. Primeramente, el nombre del lugar al cual Dios le ordenaba ir es profundamente sugestivo, por cuanto “Sarepta” significa “refinar”, y procede de una raíz que significa “crisol”, es decir, el lugar donde se funden los metales. Allí aguardaba a Elías, no sólo una nueva prueba piara su fe, sino el refinamiento de la misma, porque la misión del crisol es separar la escoria del oro puro. La experiencia que aguardaba al profeta era dura y desagradable para la carne y la sangre, por cuanto ir de Querit a Sarepta requería un viaje de ciento veinte quitó metros a través del desierto. Al lugar de la purificación no se llega fácilmente, e implica todo lo que naturalmente rehuimos. Debe observarse, también, que Sarepta estaba en “Sidón”, es decir, en el territorio de los gentiles, fuera de Palestina. El Señor hizo énfasis en este detalle (en el primer sermón que se conoce de Él) como una de las primeras señales del favor que Dios se proponía extender a los gentiles, diciendo: “Muchas viudas habla en Israel” en aquellos días (Lucas 4:25,26), que podían (o no) haber recibido y socorrido al profeta; pero a ninguna de ellas fue enviado. ¡Qué reproche más severo para la nación escogida! Pero lo que es todavía más notable es el hecho de que “Sidón” fuera el lugar de donde procedía Jeza¬bel, la mujer impla que había corrompido a Israel (I Reyes 16: 31). ¡Los caminos de Dios son sobremanera extraños; sin embargo, son ordenados con sabiduría infinita! Como decía Matthew Henry: "Para mostrar a Jezabel la impotencia de su maldad, Dios encontró un escondite para su siervo en su mismísima tierra”.
Es igualmente notable observar la singular persona que Dios seleccionó para cobijar a Elías. No era un rico mercader, ni uno de los hombres principales de Sidón, sino una pobre viuda sola y necesitada quien fue predispuesta y capacitada para atenderle. Éste es, generalmente, el modo de obrar de Dios; Él usa y honra a "lo necio y lo flaco del mundo” para su gloria. Al comentar acerca de los “cuervos” que llevaban pan y carne al profeta mientras permanecía junto al arroyo, hicimos notar la soberanía de Dios y lo extraño de los instrumentos que le plugo usar. La misma verdad se ilustra aquí: luna pobre viuda. ¡Una gentil! ¡Viviendo en Sidón, la tierra de Jezabel! No es extraño, pues, lector, que el proceder de Dios para contigo haya sido totalmente opuesto a lo que tú habías esperado. El Señor es ley en si mismo, y lo que pide de nosotros es confianza implícita y sumisión sin reserva.
"He aquí Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente” (v. 9). La necesidad del hombre es la oportunidad de Dios: cuando Querit se seque se abrirá Sarepta. Cómo debería enseñarnos esto a abstenernos de abrigar cuidados e inquietudes acerca del futuro. Recuerda, lector querido, que el día de mañana traerá consigo el Dios de mañana. “No temas, que Yo soy contigo; no desmayes, que Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10); haz de estas promesas seguras y ciertas el sostén de tu alma, ya que son la Palabra del que no puede mentir; haz de ellas la respuesta a toda pregunta incrédula y a toda difamación perniciosa del diablo. Fíjate que una vez más, Dios envió a Elías, no a un río, sino a un arroyo”; no a alguna persona rica y de grandes recursos, sino a una pobre viuda de escasos medios. El Señor quería que su siervo siguiera dependiendo de É1 y de Su poder y bondad como hasta entonces.
:Ésta era, en verdad, una prueba severa para Elías, no sólo al tener que emprender un largo viaje por el desierto, sino, también al tener que hacer frente a una experiencia totalmente contraria a sus sentimientos, su educación religiosa y sus inclinaciones espirituales: tener que depender de una mujer gentil en una ciudad pagana. Se requería de él que dejara la tierra de sus padres y morara en el cuartel general del culto a Baal. Midamos debidamente el peso de la verdad de que el plan de Dios para Elías demandaba de él obediencia incuestionable. Los que quieren andar con Dios, no sólo han de confiar en Él de manera implícita sino que han de estar, también, dispuestos a regirse enteramente por su Palabra. Nuestra fe, no sólo ha de ser educada por medio de una gran variedad de providencias, sino que, además, nuestra obediencia ha de serlo por los mandamientos divinos. Es en vano suponer que podemos disfrutar de la sonrisa de. Jehová, a menos que nos sujetemos a sus preceptos. “Ciertamente, el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros” (1 Samuel 15:22). Así que somos desobedientes, nuestra comunión con Dios queda rota, y el castigo viene a ser nuestra porción.
Elías debía ir y morar en Sarepta. Pero, ¿cómo podía subsistir, si no conocía a nadie en aquel lugar? El mismo que le había dado la orden, habla hecho los preparativos para su recepción y sustento. “He aquí Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente”. Ello no quiere decir necesariamente que el Señor hubiera hecho saber sus planes a ésta; lo que siguió muestra claramente que no fue así. Más bien hemos de entender estas palabras como significando que Dios, en su consejo, lo había designado y lo efectuaría por su providencia; compárese con "Yo he mandado a los cuervos que te den de comer” (v. 4). Cuando Dios llama a alguno de sus hijos a ir a un lugar determinado, puede estar seguro de que Él ha hecho provisión plena en su predeterminado propósito. Dios dispuso secretamente que esta viuda recibiera y sustentara a Su siervo. Todos los corazones están en las manos del Señor, y Él los inclina hacia donde quiere. Puede inclinarlos a mostrar favor y a obrar con benevolencia hacia nosotros, aunque les seamos completamente desconocidos. Muchas veces, en diferentes partes del mundo, ésta ha sido la experiencia del que esto escribe.
El hecho de que Dios llamara a Elías a ir a Sarepta constituía, no sólo una prueba para su fe y obediencia, sino tam¬bién para su humildad. Era llamado a recibir caridad de manos de una viuda solitaria. Qué humillante para el amor propio depender de una de las más pobres entre las pobres. ¡Qué vergonzoso para la confianza y la suficiencia propias aceptar ayuda de una que parecía no tener con qué suplir sus más urgentes necesidades! Para que nos inclinemos a lo que repugna a nuestras tendencias naturales, las circunstancias han de ser en verdad apremiantes. Más de una vez en el pasado sentimos tener que recibir favores y ayuda de los que tenían pocos bienes de este mundo, pero fuimos consolados por las palabras: “Y algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y de enfermedades... y otras muchas que servían de sus haciendas” (Lucas 8:2,3). La palabra “viuda” nos habla de debilidad y soledad; Israel estaba viudo en aquel tiempo, y por, tanto, Elías era compelido a sentirlo en su propia alma.
“Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta” (v. 10). En esto, Elías dio prueba de ser verdaderamente el siervo de Dios, porque el camino del siervo es la senda de la obediencia; el que abandona ese camino deja de ser siervo. El siervo y la obediencia están ligados de manera inseparable, como el obrero y su trabajo. Hoy en día, hay muchos que hablan de su servicio por Cristo como si Él necesitara su asistencia, como si su causa no pudiera prosperar a menos que ellos la fomenten y promuevan, como si el arca santa hubiera de caer inevitablemente al suelo si sus manos impías no la sostuviesen. Esto es un error, un serio error; el producto del orgullo que Satanás alimenta. Lo que necesitamos mucho es servir a Cristo, someternos a su yugo, rendirnos a su voluntad, sujetarnos a sus mandamientos. Todo “servicio” que no sea andar en sus preceptos es invención humana, espíritu carnal, “fuego extraño”.
"Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta. ¿Cómo puedo ministrar las cosas santas de Dios si no ando por el camino de la obediencia? Los judíos contemporáneos de Pablo se consideraban muy importantes, empero no rendían gloria a Dios. “Confías que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, enseñador de los que no saben” (Romanos 2:19,20). Así pues, el apóstol le pone a prueba: “Tú pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? ¿Tú, que predicas que no se ha de hurtar, hurtas? (v. 21). El principio aquí enunciado es escrutador y de amplia aplicación. Cada uno de los que predicamos el Evangelio deberíamos medirnos diligentemente a nosotros mismos por él. Té que predicas que Dios ama la verdad en lo íntimo, ¿eres fiel a tus palabras? Tú que enseñas que debemos procurar lo bueno delante de todos los hombres, ¿tienes deudas por pagar? Tú que exhortas a los creyentes a orar sin cesar, ¿pasas mucho tiempo en el lugar secreto? Si no es así, no te sorprendas si tus sermones tienen poco efecto.
De la paz pastoril de Galaad a la prueba exigente de confrontarse al rey; de la presencia de Acab a la soledad de Que¬rit; del, arroyo seco a Sarepta. Las conmociones y desplazamientos de la Providencia son necesarios para que nuestra vida espiritual prospere. “Quieto estuvo Moab desde su mocedad, y sobre sus heces ha estado él reposado, y no fue trasegado de vaso en vaso” (Jeremías 48:11). La figura usada aquí es muy sugestiva. Moab se había aletargado y vuelto blando porque había tenido paz por largo tiempo. Se habla estropeado como el zumo de uva sin refinar. Dios estaba trasegando a Elías “de vaso en vaso” para que la espuma flotara y pudiera ser quitada. El agitar nuestro nido, el cambio constante de las circunstancias que nos rodean, no son experiencias agradables, pero son indispensables para impedir que "reposemos sobre nuestras heces”. Pero, lejos de reconocer los designios misericordiosos del Purificador, cuán a menudo somos enojadizos, y murmuramos cuando nos trasiega de vaso en vaso.
“Entonces él se levantó y se fue a Sarepta”. No puso inconvenientes, sino que hizo lo que se le mandaba. No puso dilaciones, sino que emprendió su largo y desagradable camino en seguida. Estaba tan presto a ir a pie como lo hubiera estado si Dios le hubiera proporcionado una carroza. Estaba tan presto a cruzar un desierto como lo habría estado para dirigirse, si Dios se lo hubiera ordenado, a un jardín exuberante y frondoso. Estaba tan dispuesto a pedir socorro a una viuda gentil, como si Dios le hubiera dicho que regresara entre sus amigos en Galaad. Para la razón carnal, puede parecer que ponía la cabeza en la boca del león> que se encaminaba hacia un peligro cierto al ir a Sidón, donde los agentes de Jezabel serían numerosos. Pero, porque Dios se lo había mandado, era justo que obedeciera (y erróneo no hacerlo), y por tanto, podía contar con la protección divina.
Nótese bien que el Señor no dio a Elías más información acerca de su futura residencia y sustento sino que sería en Sarepta y en casa de una viuda. En tiempo de escasez deberíamos estar profundamente agradecidos al Señor de que provea por nosotros, y contentarnos dejando en sus manos el modo de hacerlo. Si el Señor se compromete a guiarnos en el viaje de nuestra vida, debe bastarnos el que lo haga paso a paso. Es raro que nos revele mucho por anticipado. En la mayoría de los casos sabemos poco o nada de antemano. ¿Cómo puede ser de otro modo si andamos por le? Debemos confiar en Él implícitamente para el desarrollo pleno de su plan para nosotros. Pero, sí andamos de verdad con Dios, ajustando nuestros caminos a su Palabra, Él hará que las cosas sean gradualmente más claras. Su providencia aclarará nuestras dificultades, y lo que ahora no sabemos lo sabremos más adelante. Éste fue el caso de Elías.
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