LA FALTA DE PERDON
Los parasitos son formas de vida, muchas veces microscópicas, que se alojan en seres vivos, pueden ser animales o vegetales que se nutren de sus huéspedes y pueden vivir toda la vida pasando inadvertidos. Ellos se fortalecen a expensas del otro y debilitan a quien parásita. En el mejor de los casos, forman asociaciones simbióticas en las cuales tanto huésped y anfitrión son beneficiados.
Pero en la mayoría de casos, el parasito debilita tanto a su víctima que esta muere por desnutrición. La falta de perdón puede compararse con un parasito. Se alimenta del enojo y dolor en el humano, y crece con nuestro deseo de venganza. Vivir odiando a otro, negarle el perdón a alguien y guardar rencor, permite albergar dentro de uno mismo un monstruo que crece poco a poco y se alimenta de los sentimientos mas íntimos.
Es permitir que te posea el peor de los emisarios del diablo. El Odio. Son justamente estos deseos de revancha hacia quien me lastimo, los que nutren mi falta de perdón. Ese estado de amargura del alma producido por el rencor, es un dulce néctar que alimenta al parasito del odio. Inconscientemente, permitimos que crezca dentro de nosotros algo que nos consume, envenenandonos lentamente hasta llevarnos a la muerte; cuando, mas bien, deberíamos tomar una actitud enérgica y despojarnos de semejante amenaza.
Quizá, el momento del reemplazo sugerido por Dios en Su Palabra sea saludable: Efesios 4:31-32 "Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo." Dios no quiere que vivas odiando. El puede capacitarte para perdonar. Solo El puede hacerlo, nadie mas. Permite que Su amor llene tu vida, inundando cada parte de tu ser.
Sentirás la dulzura de Su paz y veras como, poco a poco, tus heridas irán sanando. Comenzaras a amarle, a amarte tu mismo y a amar a los demás, no solo a los que te aman sino también a tus enemigos. Ese es el secreto de la verdadera libertad.
EL RECOR SABE A MIEL... PERO ENVENENA
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